Eliza
Luciano se plantó frente a Alex y a mí, con la mandíbula apretada y los músculos del cuello tan tensos que parecía como si estuviera a segundos de lanzar un puñetazo. La última vez que esos dos chocaron, Luciano casi le rompió la mandíbula a Alex, y por más tentador que fuese verlo aplastándolo de nuevo, no podía permitirlo, no allí, no ahora.
Andrés seguía postrado en una cama de hospital, y quisiera o no, Alex era la única persona que permanecía a su lado. Si Luciano le hacía daño y también terminaba en una cama de hospital, me sentiría obligada a intervenir para cuidar de Andrés, y no estaba lista para volver a ese mundo. Además, ya no necesitaba que Luciano me protegiera, podía manejar a Alex yo sola.
Arranqué mi mano de la presa de Alex con más fuerza de la que pretendía, pero no me importó.
—Estoy segura de que ya leíste los papeles del divorcio, Alex. No actúes como un idiota. Tú y yo terminamos. Yo seguí adelante y tú deberías hacer lo mismo. Deja de aparecer donde no te