—Me odia, Lucas… —la voz de Demian se quebró, resonando como un eco triste en las paredes de su oficina.
Lucas, sentado frente a él con una taza de café a medio terminar, lo observó en silencio. Sus ojos oscuros, siempre serenos, reflejaban una mezcla de compasión y dureza.
—¿Y qué esperabas que hiciera? —respondió con voz grave—. Después de lo que hiciste… ¿creías que te recibiría con los brazos abiertos?
Demian desvió la mirada, sintiendo el peso de cada palabra. Apretó la mandíbula con fuerza, como si intentara contener todo lo que le explotaba por dentro. La culpa le arañaba la piel, le carcomía el alma.
Desde aquel matrimonio forzado con Claudia, todo se había venido abajo. Su madre ya no le hablaba con la misma calidez de antes. Su hermana, Sofía, había dejado claro que no toleraba su debilidad ni sus decisiones. Solo Lucas se mantenía a su lado… el único que no lo había abandonado, pero tampoco lo endulzaba con falsas palabras.
—Ella no me dijo nada. Se fue sin dejar una nota,