Mariam subió las escaleras temblando, con el corazón roto y los ojos nublados. El alma, esa parte de ella que siempre había resistido, ahora se sentía trizada. Eligió encerrarse en la habitación.
La preocupación no se desvanecía con nada.
Se dejó caer sobre el colchón sin fuerzas. Se acurrucó como una niña perdida y dejó que las lágrimas hicieran lo que su voz no había podido: gritar.
Amar a alguien roto también te rompe.
Eso era lo que finalmente entendía.
Lloró por todo. Por la traición que él creyó real. Por su familia que la vendió. Por su abuelo enfermo. Por sí misma… por amar a un hombre que la empujaba lejos cada vez que ella intentaba acercarse.
Sofía tocó la puerta más tarde, apenas un golpecito suave. Entró sin esperar respuesta y la encontró ahí, hecha un ovillo, con la mirada perdida en el techo.
—¿Mariam?
La joven apenas parpadeó.
—Lo intenté, Sofía… —susurró sin mirarla—. De verdad lo intenté, pero él me odia con todo su ser.
Sofía se sentó a su lado y la a