El sol apenas comenzaba a iluminar el horizonte cuando Demian Thompson descendió por las escaleras de la mansión. Su madre, Elizabeth, estaba en la sala principal, revisando algunos documentos acompañada de una taza de café humeante. Al levantar la vista y verlo aparecer, vestía traje oscuro y una expresión impenetrable.
—¿A dónde vas? —preguntó sin ocultar la sorpresa.
Demian no respondió de inmediato. Tomó su reloj de bolsillo de la consola de entrada, se lo colocó sin prisa y luego deslizó los dedos por su cabello, aún húmedo.
—A la empresa. Alguien tiene que actuar como CEO, ¿no?
Elizabeth parpadeó, pero no dijo nada más. Lo conocía lo suficiente como para saber que cuando estaba en ese estado de frialdad total, algo ardía por dentro. A pesar de su deseo de retenerlo, entendió que detenerlo era inútil. Lo dejó pasar, pero no sin dirigirle una última mirada silenciosa cargada de advertencias.
—No dejes que te destruyan, Demian… —musitó, más para ella que para él. —eres un hombre fu