Aghata bajó del auto con lentitud. Sus piernas temblaban, y su corazón latía con fuerza, como si presintiera el peligro.
—¿Quién lo ordenó? —preguntó con voz temblorosa.
—Kitty —respondió el hombre, sin rodeos—. Trabajo para ella.
Aghata frunció el ceño, confundida. Eso no tenía sentido. Kitty siempre había sido distante, sí, pero... ¿capaz de algo así?
—No lo entiendo…
El hombre soltó una carcajada grave, áspera. De su chaqueta sacó unas esposas de metal y, sin darle tiempo a reaccionar, las colocó en sus muñecas. Luego la empujó hacia el asiento del copiloto y cerró la puerta con fuerza. Ella intentó forcejear, pero fue inútil.
—¿Qué es lo que quieren? ¡Dímelo! —suplicó, mientras él arrancaba el motor.
—Eres demasiado tonta, niña. Ella te ayudó solo porque sabía que, en el momento adecuado, le serías útil. Kitty no solo quiere dinero... quiere venganza.
Aghata sintió un vacío en el estómago.
—Eso no puede ser verdad… Kitty solo quiere su parte de la herencia… eso fue lo que dijo…
—T