Demian observaba a Mariam desde la puerta de su oficina. Estaba sentada en su escritorio, fingiendo concentración, pero sus gestos la delataban: el ceño fruncido, los dedos jugueteando con el bolígrafo, la mirada perdida en la pantalla sin escribir una sola palabra. Y entonces, su mirada se desvió… hacia Israel, quien la observaba descaradamente desde el pasillo.
Demian apretó los puños.
—Lucas —llamó con voz firme.
El asistente apareció de inmediato.
—Necesito que investigues al nuevo asesor de mi tío, Israel. Todo. ¿Dónde ha trabajado, con quién se relaciona, por qué está aquí? No me gusta cómo mira a mi esposa.
—Entendido, jefe —respondió Lucas, sorprendido. Demian jamás se interesaba por los empleados, mucho menos ordenaba investigaciones personales.
Cuando Lucas se retiró, Demian se quedó unos segundos más observando a Mariam. Algo en su interior le quemaba el pecho. ¿Celos? ¿Miedo? No lo sabía, pero no le gustaba verla incómoda, ni mucho menos ver a ese hombre cerca de ella.
Gir