Después de varios minutos caminando, diviso un parque frente a nosotros. Así que, sin decir una palabra, tomo su mano —a lo que él no se resiste— y lo conduzco conmigo hacia el lugar.
—Es un sitio muy bonito y animado, me recuerda a mi infancia y a mis años de adolescencia —comento, observando los distintos juegos llenos de niños y los bancos repartidos por todo el lugar.
—Hay mucha gente aquí —es todo lo que dice.
—Aún no te han reconocido.
—Y no quiero que lo hagan —expresa—. Sentémonos en ese banco.
Señala el asiento más apartado de todos, así que ambos caminamos hacia allí y nos sentamos.
—¿Ya se te pasó el enojo? —pregunto con una mueca.
—Ni me lo recuerdes —responde con seriedad, y sonrío antes de darle un beso en la mejilla.
—Sé que es estresante tener siempre a mi madre en tu contra; ahora se ha vuelto sobreprotectora conmigo después de lo de Sophie —suspiré, y él me mira con sospecha.
—Tiene esa absurda idea de que los Durand le arrebataron a su hija, ¿verdad? —no es una preg