CamilaMis piernas flaquearon al escuchar esas palabras. Mi mirada se clavó en Joaquín, esperando su reacción, temiendo que esto fuera demasiado incluso para él.Pero él intentó no demostrar nada. Aunque sí ví que sus ojos se estrecharon, y su postura, aunque parecía relajada, emanaba una tensión peligrosa. Dio un paso más hacia Gustavo, cerrando la distancia entre ambos.—¿Custodia completa? —repitió con una calma que solo hizo que la amenaza en sus palabras fuera más evidente—. Déjame preguntarte algo: ¿en qué universo crees que tienes derecho a reclamar algo cuando nunca estuviste ahí para ellos?Gustavo pareció dudar por un segundo, pero rápidamente alzó la barbilla, tratando de recuperar algo de control.—Soy su padre biológico, —respondió, como si esas palabras fueran suficientes para justificarlo todo—. Y ahora que estoy aquí, puedo ofrecerles una vida mejor.Joaquín soltó una risa fría, dando un paso hacia atrás, midiendo cada palabra que fuera a decir.—¿Una vida mejor? —rep
Amy—Nos vamos —dijo el hombre que solo había entregado su esperma para que mi hermano y yo naciéramos.Nathan levantó la cabeza, abriendo la boca para decir algo, pero le puse una mano en el brazo, apretando.—No, —le susurré para que solo él escuchara—. No digas nada.Él me miró con el ceño fruncido; sin embargo, entendió. Este hombre no era alguien con quien discutir.—Vamos, —repitió sin paciencia, señalando la puerta.Caminamos detrás de él en silencio, yo sosteniendo la mano de Nathan con fuerza. Cuando salimos de la habitación, noté que ya no había nadie afuera. Ni Joaquín, ni la tía, ni siquiera Felipe o Romina. Estábamos solos con el donador de esperma.Nos llevó a la salida del hospital, donde un auto azul con vidrios polarizados nos esperaba. Un hombre alto y con cara de pocos amigos nos abrió la puerta de atrás, y Gustavo nos hizo señas para que subiéramos.Nathan miraba por la ventana, sus labios apretados, mientras yo intentaba entender cómo habíamos llegado a esto.Des
Nathan Me desperté mucho antes de que el sol saliera, con una sensación de emoción y nervios en mi pecho. Este lugar apestaba, no literalmente, pero lo sentía como una prisión elegante. "No vamos a quedarnos mucho tiempo," pensé alistándome, "eso es seguro."Amy estaba sentada en la cama, sus ojos parecían brillar en la oscuridad.—¿Listo? —me susurró.—Listo, —respondí, ajustándome la camiseta mientras me ponía de pie.Habíamos planeado todo anoche, aunque me había costado convencerla de que algunas de mis ideas eran geniales. Ahora, era el momento de actuar.Amy bajó a la cocina para empezar su parte del plan, mientras yo iba hacia la habitación de él susodicho y la bruja de Morgana. Abrí la puerta de su habitación con cuidado, apenas lo suficiente para meterme adentro. El donador de esperma roncaba como un tractor, y la bruja con patas de gallina estaba a su lado. Casi solté un grito cuando la vi. Parecía una momia por lo rígida que estaba, la cara embarrada con una crema asqu
Nathan Entramos justo para ver a la bruja sirviéndose un vaso de jugo de naranja. Una empleada se movía rápidamente por la cocina, llevando un par de tazas de café para Gustavo y Lucía.—Siéntense —ordenó nuestro donador, todavía haciendo muecas mientras se rascaba.Nos sentamos en la mesa, observando cómo se llevaba el vaso a los labios. Solo de saber lo que tenía ese jugo hizo que me mordiera el interior de las mejillas para no soltar una carcajada.—¿Qué miran? —preguntó la vieja bruja con el ceño fruncido.Antes de que pudiéramos responder, su expresión cambió.Frunció el entrecejo, bajando el vaso lentamente mientras lo miraba con sospecha.—¿Qué mierda es esto? —murmuró.Amy y yo nos esforzamos al máximo por mantener nuestras caras serias. Nuestro supuesto padre se sirvió su café mientras seguía rascándose disimuladamente la entrepierna, ignorándola.—¿Qué pasa? —preguntó, mirando a Morgana mientras ella volvía a oler el jugo.—Esto… sabe raro —respondió, frunciendo los labio
Joaquín Camila estaba hecha un ovillo contra mi pecho. Habíamos pasado toda la noche así, ella llorando en silencio, y yo sujetándola, incapaz de hacer mucho más que susurrarle que todo estaría bien. Yo también sentía un gran vacío en mi pecho. Ellos eran parte de Camila, parte de mi vida. No podía imaginarme estar sin sus risas, travesuras, y mucho menos seguir viendo a mi Reina destrozada como lo estaba.—Esto no puede continuar así, mi amor —susurré, besándole la cabeza.De repente, mi teléfono vibró. Lo tomé de la mesita de noche, entrecerrando los ojos por el brillo de la pantalla. Era nuestro abogado.—Espera un segundo, —le dije, levantándome un poco para contestar.—Dime que tienes buenas noticias para mí —dije con un tono autoritario y urgente.—Jefe, me contactó el abogado del señor Andrade —me saludó Mario.—¿Qué quiere el desgraciado ese? —pregunté conteniendo la ira.—Quiere negociar —continuó el abogado—. La reunión será en su oficina. Parece que Andrade quiere resolv
Camila—Tengo algo que necesitan ver, —dijo Felipe, sacando su teléfono del bolsillo.—¿Ahora qué? —preguntó impaciente mi viejito.Felipe se tomó el tiempo del mundo para desbloquear su teléfono y buscar algo. Levantó el dispositivo y lo giró hacia nosotros.—Esto, —dijo sonriendo.Un video comenzó a reproducirse. Reconocí al instante a Victoria, sentada en un salón de manicura. La miré detalladamente, aunque lo que llamó nuestra atención fue su vientre. O más bien, la ausencia de uno.—¡No tiene panza! —solté, llevándome una mano a la boca.Joaquín se dió un paso adelante, sin apartar su mirada de la grabación. Escuché como su mandíbula se apretaba y sus ojos se tornaban más oscuros por la rabia.—Dale más volumen, —le ordenó a Felipe, su voz cargada de furia.Felipe obedeció, y subió el volumen al máximo.—Pronto seré la esposa de un CEO muy adinerado, —decía Victoria, con una risa que me hizo apretar los dientes.La manicurista le hizo una pregunta que no alcanzamos a escuchar bie
Camila —Señores —comenzó a decir Mario—, debo ser honesto con ustedes. Este caso podría ir a juicio. Aunque Gustavo Andrade es el padre biológico de los niños, eso no garantiza que el tribunal le otorgue la custodia.Apreté la mandíbula, pestañando varias veces para contener las lágrimas.—Pero hay otra opción que podría fortalecer su caso y garantizar la estabilidad de Amy y Nathan.—¿Cuál es? —pregunté, aferrándome a la mano de mi viejito como si de ella dependiera mi fuerza.Mario nos miró con seriedad, preguntando con firmeza.—¿Estarían dispuestos a adoptar a los niños?Mi corazón dio un vuelco. Eso era todo lo que anhelaba, tenerlos siempre a mi lado, sin el miedo constante de perderlos.—Sí —respondí segura, sintiendo cómo las lágrimas comenzaban a arder en mis ojos mientras la emoción me llenaba el pecho.—Por supuesto que sí —añadió Joaquín, abrazándome por la cintura, su calor y apoyo siempre ahí—. Ellos son nuestros hijos, solo necesitamos que eso quede escrito en papel.E
Camila —Lo siento —murmuré, mirando al abogado, que me observaba con empatía—. No debí perder el control.—No es su culpa, señora Salinas, —respondió Mario con un tono amable pero serio—. Pero esto es justo lo que querían provocar. Tenemos que ser más cuidadosos a partir de ahora. No puede volver a caer en su juego.Quise creerle, pero el miedo de que los perdiera para siempre seguía apretándome el pecho.—Vamos, mi reina, —dijo Joaquín suavemente, besando mi cabello—. Esto no ha terminado. Vamos a recuperarlos, pero debemos ser más inteligentes que ellos.—Señora Salinas, ¿Tiene el recibo de la clínica del que habló —preguntó el abogado. Asentí con lágrimas en los ojos. —Debería revisar entre lo que aún guarda de su hermana. Tal vez encuentre un mensaje, una carta, algo que lo comprometa y nos ayude a nosotros.Joaquín se quedó en silencio unos segundos después de que el abogado se despidió. —Voy contigo a casa —dijo con esa voz firme que no admitía discusión.Lo miré, conteniend