Felipe
Romina me arrastró fuera del salón de manicura.
Su mano estaba aferrada a mi muñeca, y aunque yo era más grande, en ese momento sentí que no tenía poder alguno sobre la situación.
Ella mandaba, y yo solo seguía como un perro fiel.
Antes de salir, le lanzó una última mirada a Amy. Ella estaba sentada en una de las estaciones, sonriendo mientras la muchacha le aplicaba un esmalte de color violeta oscuro.
—Vamos a enviarle el video a Joaquín, —le dije en cuanto estuvimos fuera, bajando la voz para que nadie más nos escuchara.
Romina negó con la cabeza de inmediato, sin siquiera titubear.
—No, Felipe. Ahora están con doña Angélica. Es mejor esperar a verlos en persona.
—¿Por qué? —pregunté, frustrado—. Joaquín necesita saber esto ahora mismo. Esa mujer está jugando con él y…
Ella levantó una mano para callarme, sus ojos clavados en los míos.
—Porque, si le enviamos esto ahora, papacito chef va a explotar. ¿Quieres que haga algo impulsivo mientras está en el hospital?
Abrí la bo