Joaquín No podía sacarme de la mente la imagen de ese imbécil. El tipo irradiaba una confianza tan irritante que me daban ganas de romper algo. Tal vez, patearle el trasero."¡Ese maldito! ¿Acaso no entiende el concepto de espacio personal?... Aunque puede ser que solo lo hacía con Camila. ¡Mi Camila! ¡Mi mujer!""¿Quién demonios se cree que es?" pensé mientras apretaba el bolígrafo con tanta fuerza que casi lo rompí."¿Mis pequeños terremotos?" repetí en mi mente, burlándome en silencio. "¿Se cree su tío favorito o algo así?"Volví a escuchar su voz en mi cabeza, esa manera tan condescendiente con la que había dicho "Novio, ¿eh?" como si no pudiera creerlo, como si no fuera suficiente para estar con alguien como Camila."Novio, sí. Su maldito novio. ¿Algún problema con eso, imbécil?"Me pasé una mano por el cabello, estaba frustrado. Cada vez que intentaba calmarme, la imagen de ese idiota dándole ese abrazo demasiado largo a Camila no me dejaba en paz."¿Y esos besos en la mejilla
Joaquín Sentí el peso de la caja de pizza en mis manos mientras entraba a la empresa. El aroma de la piña y el chocolate me golpeó de lleno, haciéndome fruncir el ceño. "¿Qué clase de monstruo pide algo así?" pensé mientras recordaba el mensaje del chantajista. No me sorprendió que el empleado de la pizzería me mirara con el mismo desagrado con el que yo miraba la caja ahora. Ni siquiera me molesté en explicarme. Solo pagué, tomé la pizza y salí de ahí.Pero algo me estaba pasando. Algo muy raro. Un calor comenzó a subir por mi pecho, extendiéndose con una lentitud exasperante, hasta que llegó… bueno, a esa zona. Fruncí el ceño y moví un poco los hombros, como si eso fuera a aliviarlo."Tal vez es por andar corriendo. O tal vez es la maldita elección de pizza y mis papilas gustativas se rebelan por asociación," me burlé de mi mismo, intentando ignorar la incomodidad que no dejaba de crecer.Al entrar a la oficina, mis ojos buscaron a Camila. La ví en su escritorio, charlando c
Joaquín Camila dejó de respirar por un segundo, sus ojos buscando los míos. Luego soltó una carcajada que resonó en la pequeña sala.—Definitivamente esta calentura te quemó la cabeza, viejito.—Lo digo en serio, —insistí, pero su risa continuó mientras seguía embistiéndola frenéticamente.—Claro que sí —dijo jadeando—. Seguro que mañana ni te acuerdas de esto.La miré, ella me devolvió la mirada, excitada y lujuriosa, cerró sus ojos y mordió su labio. Justo en ese momento, sus paredes se apretaron alrededor de mi eje, su orgasmo me empapó en un segundo, pero no dejé de penetrarla.Sabía que había tomado mis palabras como una broma, pero yo no bromeaba. Y algún día iba a volver a preguntárselo.Sentí la explosión de mi liberación, llenándola por dentro, mientras gemía como un animal por la intensidad de acabar dentro de ella.Nos quedamos unos segundos más así, ella apoyanda en la máquina, yo inclinado sobre su cuerpo, besando su espalda. Si esto hubiera pasado en la casa, lo habría
Camila Mientras todos hablaban, o más bien lanzaban bombas como si fuera un campo de batalla, no pude evitar preguntarme por qué diablos había accedido a esta cena en primer lugar.Llevaba cinco años sin ver a Pablo. Cinco largos años desde que me dejó, con su famoso discurso sobre "seguir mis sueños" y "no querer que me detengan". ¿Detenerlo de qué? De ser él mismo, supongo, porque lo único que siempre había puesto por encima de todo era su música. Y aunque él había intentado convencerme de que sería una separación temporal, yo sabía la verdad. Pablo no estaba destinado a quedarse, nunca lo había estado.Lo que me dolió más no fue que se fuera, sino que, en realidad, jamás lo había sentido realmente presente mientras estuvo.Miré a Nathan y Amy. Ambos se mantenían cerca de Joaquín, casi como si él pudiera protegerlos de ese hombre frente a ellos. Siempre había sido así con Pablo. Desde pequeños, los niños lo habían evitado, como si algo en su energía los repeliera instintivament
Angélica Había algo casi terapéutico en caminar entre los hermosos vestidos de novia de la tienda más prestigiada de la ciudad. Deslizaba los dedos por los encajes y las sedas, evaluando cuál de esos tesoros podría ser digno de Camila. Mi nuera. Bueno, casi.Suspiré, mirando un vestido de corte sirena con pedrería en el escote. "Con este se verá preciosa," sonreí al imaginar la cara de mi hijo al verla caminar hacia él en el altar.—Buen día señora —saludó una de las chicas que trabajaba allí—. ¿Puedo ayudarla? —Todavía no, cariño, —respondí con una sonrisa. Seguía mirando los hermosos vestidos cuando mi teléfono comenzó a sonar en el bolso. Lo saqué con cierta desgana, poniéndome los lentes para mirar la pantalla. Socorro.Puse los ojos en blanco antes de contestar.—¿Qué pasa, hija? —dije con un tono que esperaba sonara más paciente de lo que me sentía.—¡Mamá! —respondió en un chillido—. ¡Tienes que hablar con Joaquín!—¿Por qué tendría que hacer eso? —pregunté, moviéndome ha
Joaquín Habían pasado más de sesenta minutos desde que llamé a mi madre. Había aprendido a tener paciencia con doñaAngélica Hernández viuda de Salinas, pero esto ya era demasiado. Miré por quinta vez mi teléfono: ni un mensaje, ni una llamada. Nada.Suspiré, moviendo los papeles sobre mi escritorio como si estuviera ocupado, pero en realidad no estaba haciendo nada. Tomé mi teléfono y lo revisé por décima vez cinco minutos. Nada. Ningún mensaje de la doña. ¿Cuánto tiempo más iba a dejarme en esta tortura?—¡Pasante! —dijo una voz familiar detrás de mí.Levanté la vista y vi a Felipe apoyado contra el marco de su puerta, con esa sonrisa que siempre traía problemas.—Ven a mi oficina un momento, —añadió, señalándome con un movimiento de cabeza.Lo miré, y por un momento consideré decirle que estaba ocupado. Pero algo en su mirada me hizo dejar los papeles en la mesa y levantarme.Me senté frente al escritorio mientras él cerraba la puerta detrás de mí.—¿Recuerdas a González? —pregu
Felipe Estaba revisando los papeles que Joaquín me había marcado cuando vi, desde el rabillo del ojo, una figura que se acercaba por el pasillo. Reconocí al instante el porte elegante y decidido: doña Angélica.—No, no, no, —murmuré para mí mismo, dejando caer los documentos sobre el escritorio.Doña Angélica no era precisamente alguien con quien quería lidiar en ese momento. Era encantadora, sí, pero también aterradora cuando quería, y esa combinación no era algo que yo pudiera manejar sin un buen café y algo de preparación mental."No, pos, yo aquí ni loco me quedo..."Miré en todas direcciones rápidamente, y por un segundo pensé en saltar por la ventana, pero luego recordé que estamos a 10 pisos de altura. Así que me dejé caer bajo el escritorio y, como un verdadero ninja, gateé por mi vida. Me deslicé sigilosamente, sin apartar la vista de la entrada.Lo sé, una estupidez, de la que me dí cuenta cuando mi cabeza golpeó la puerta del baño, así que me metí y me encerré.Me quedé a
Camila "¿Por qué dejó las cosas para último minuto?"Suspiré y dejé caer una mano en mi rostro, frustrada. Todavía estaba parada frente al armario, revisando entre mi ropa deseando que de pronto el vestido perfecto fuera a aparecer mágicamente frente a mí. La verdad no tenía ni idea de qué ponerme para la fiesta. Nada me parecía lo suficientemente elegante, y lo poco que lo era no me convencía.El timbre de casa sonó y di un pequeño respingo, desconcentrádome de mi tarea.—¡Voy! —grité, saliendo de la habitación solo en ropa interior.Corrí pensando que era la niñera. Pero cuando abrí la puerta, me encontré con una figura conocida y una sonrisa que nunca fallaba en alegrarme el día.—¡Romina! —exclamé, sorprendida.Mi mejor amiga venía con dos bolsas de vestidos colgando de su brazo. Me miró de arriba abajo, enarcando una ceja. —Hola, querida, —dijo, haciéndome a un lado para entrar—. Por suerte llegué a tiempo.—¿Tiempo para qué? —pregunté, cerrando la puerta mientras la seguía e