Joaquín
Estaba caminando hacia mi escritorio, distraído como de costumbre.
Odiaba la oficina.
No porque fuera un lugar particularmente terrible, sino porque no podía hacer lo que realmente quería: besar a Camila frente a todos y gritar que era mía.
¡Pero no! Tenía que seguir con esta estúpida fachada de pasante, aguantando que Ramiro se pavoneara como si fuera el rey del lugar y que los demás me miraran con lástima o superioridad.
Estaba a punto de llegar a mi escritorio cuando una voz familiar me detuvo en seco.
—¡Hijo!
Me congelé.
No, no, no, no podía ser.
Me giré lentamente, con la esperanza de que mi oído me hubiera traicionado, pero ahí estaba ella.
Mi madre.
Parada en medio de la oficina, luciendo impecable con uno de sus vestidos elegantes y su porte que hacía que todo el mundo se girara a mirarla.
—¿Señora Angélica? ¿Qué tal...?
—¿Señora Angélica? ¿Desde cuándo me llamas así, Joaquín?
Ella arqueó una ceja, disfrutando de mi incomodidad.
Mi corazón dio un vuelco.
Madr