Joaquín
Nathan y yo subimos al ascensor de mi edificio, y vi cómo sus ojos se agrandaron al observar las paredes de mármol pulido y los espejos brillantes.
Se inclinó hacia el espejo, arreglándose el cabello, inspeccionando cada detalle de su reflejo.
—Nunca había estado en un lugar así, —comentó, con los ojos brillando de emoción—. ¿Todo este edificio es tuyo?
Solté una risa suave, colocando una mano en su hombro.
—No todo el edificio, campeón, —respondí mientras el ascensor se detenía frente a mi apartamento—. Pero el último piso sí.
Las puertas del ascensor se abrieron, y salimos al pequeño descanso que había antes de mi puerta. Sus ojos recorriendo cada rincón con asombro, sin perderse ningún detalle.
Cuando entramos, se quedó de pie, congelado, mirando el espacio amplio y luminoso.
El apartamento estaba decorado con un estilo moderno, con muebles elegantes, líneas limpias y colores neutros.
En el centro del salón había un sofá amplio, y frente a él, una televisión enorme que