Camila
Sentí su calor en mi piel mientras me despedía de Joaquín.
Nos quedamos unos segundos más frente a la puerta, sus manos en mi cintura, y la mía jugando con el borde de su camisa.
Aún me costaba creer que esto estaba pasando, que este hombre, que había irrumpido en mi vida de una forma tan inesperada, estaba aquí, sonriéndome como si yo fuera lo mejor que le había pasado.
—Tengo que hacer unas cosas antes de ir a la oficina, —me dijo, rozando mis labios con un beso rápido, probando el sabor de mi boca como si fuera la primera vez.
—¿No puedes hacer esas cosas más tarde? —pregunté con una sonrisa traviesa, tirando un poco de su camisa.
Joaquín soltó una risa baja, acariciando mi mejilla con el dorso de su mano.
—Si sigues mirándome así, no voy a poder irme nunca, —murmuró, inclinándose para darme otro beso, esta vez más lento, más profundo.
Me rendí al beso, suspirando contra sus labios antes de separarme, sintiendo el calor subir a mis mejillas.
—Está bien, ve antes de que te