Joaquín
Miré a la viejita, que todavía estaba de pie junto al auto, con los brazos cruzados y mirándome con una ceja levantada.
—¿Va a moverse o no? —me preguntó, impaciente.
—Sí, sí, ya voy —murmuré, encendiendo el motor y soltando un suspiro resignado.
Miré el reloj en el tablero, viendo que aún era temprano, pero para mí, el día ya había terminado.
Necesitaba despejar mi cabeza, y sabía exactamente cómo: un baño de agua helada, tal vez el más largo que haya tomado en mi vida. Porque después de este intento fallido de besar a Camila, estaba seguro de que no iba a poder quitarme la calentura que tenía.
Conduje hacia mi apartamento, con la frustración vibrando en mis manos mientras apretaba el volante.
Esto no iba a quedar así.
La próxima vez, nada impediría que la besara.
Llegué a mi apartamento y cerré la puerta de un golpe, apoyando la espalda contra ella.
Sentí la frustración acumulada en mis hombros, tensando cada músculo de mi cuerpo, dirigiéndose directamente a mi entrepie