Joaquín
Esperé a que mi madre saliera del edificio antes de ir a la oficina de Felipe.
Por los pasillos, aún podía escuchar a algunos empleados susurrando sobre el "huracán Angélica" que acababa de barrer la oficina. Intenté ignorar los comentarios, pero la verdad es que el nerviosismo me pesaba en el estómago.
Lo último que necesitaba era que alguien empezara a sospechar de mí.
Llegué a la puerta de la oficina de Felipe y lo encontré recostado en su silla, con una mano cubriéndose la cara, como si estuviera intentando borrar el horror que había dejado la visita de mi madre. Tenía el rostro pálido, los hombros todavía tensos, y cuando levantó la vista al verme entrar, soltó un suspiro largo y cansado.
—¿Qué pasó? —pregunté, cerrando la puerta detrás de mí.
Me acerqué y me apoyé contra el borde de su escritorio, cruzándome de brazos.
—Tu madre sabe que estás en la ciudad —dijo con voz apagada. —Y está enojada conmigo por no decirle nada. —Suspiró y se pasó la mano por el cabello, todaví