Joaquín
—¿Sabes qué? —dijo mi madre. —Quiero que vayamos al restaurante donde solíamos ir cuando eras niño. ¿Te acuerdas? El de las luces colgantes y los cuadros antiguos en las paredes.
Claro que me acordaba. Era uno de sus lugares favoritos, el restaurante al que solía llevarme cuando quería darnos un gusto, a pesar de que no siempre teníamos mucho dinero.
—Me parece perfecto, mamá. —Mi voz salió suave cargada con esa nostalgia. —Paso a buscarte a las siete.
—Estaré lista, —respondió con emoción, y luego, antes de colgar, dijo algo que me sorprendió. —Joaquín, gracias por llamarme. Me hacía falta escuchar tu voz.
El nudo en mi garganta se apretó más, y tuve que respirar hondo para que mi voz no me traicionara.
—Yo también, mamá —dije, sin saber qué más agregar.
Colgué el teléfono y lo guardé en el bolsillo, tratando de ignorar esa mezcla de nostalgia y culpa que se acumulaba en mi pecho.
Me apoyé contra la pared mientras el sonido rítmico de la máquina sonaba como música de fondo. M