Joaquín
Nos habíamos pasado casi una hora buscando ese maldito pedido que se había perdido.
Al principio, ella estaba frustrada, su ceño fruncido mientras sus dedos se movían nerviosos entre las hojas.
Poco a poco, su ansiedad había empezado a contagiarme. A pesar de todo, había algo en su concentración que me resultaba... intrigante.
—¡Aquí está! —gritó, levantando un papel como si fuera un trofeo.
Su cara se iluminó instantáneamente, y antes de que pudiera reaccionar, saltó de la silla con una felicidad haciendo un baile de triunfo.
—¡Lo encontramos! —gritó de nuevo, riendo como si acabara de resolver el mayor misterio del mundo.
Estaba tan feliz que por un segundo no pareció notar lo que hacía. En su euforia, se giró hacia mí y, sin pensarlo, me dio un beso rápido en la mejilla.
El contacto fue breve, casi accidental, pero lo sentí.
Un cosquilleo subió por mi estómago y se quedó en mi pecho. No era nada dramático, solo un leve hormigueo, pero fue suficiente para dejarme inmóvil por