Camila
Estaba tan sumergida en los malditos papeles que no me di cuenta de que todos en la oficina ya estaban recogiendo sus cosas para ir a almorzar.
No es que me importara mucho, la verdad. Mi estómago no estaba en lo más mínimo interesado en comer en ese momento. Lo único en lo que podía pensar era en el desastre que tenía frente a mí.
Un pedido perdido. Alguien debió haberlo registrado, pero no estaba ni en los correos ni en el sistema, ni siquiera en las carpetas. Era como si se hubiera desvanecido en el aire, y eso solo significaba una cosa: problemas.
Los demás hablaban, riendo y comentando a dónde irían a almorzar. Pero yo seguía con la cabeza agachada, los ojos repasando los mismos documentos una y otra vez, esperando que, por alguna especie de milagro, el pedido apareciera de repente.
Sabía que no iba a pasar, pero aun así, no podía rendirme. No podía permitir que algo tan simple se me escapara. O lo pagaría de mi bolsillo.
Sentí una presencia antes de escuchar sus pasos. Jo