Camila Estaba acostada, recuperándome del malestar que me había afectado desde hace unos cuantos días, cuando el teléfono de la casa comenzó a sonar. Fruncí el ceño y me incorporé para contestar.—¿Hola?—¡Camila! —dijo una voz demasiado familiar al otro lado. Laura.Solté un suspiro y rodé los ojos, aunque una sonrisa se me dibujó en el rostro.—Vaya, vaya, si es la gran señorita secretaria de mi marido. Al fin te dignas a confesar que te dieron el puesto por acostarte con él, ¿no?—Ay, querida, si ya me pasé al otro bando… así que él debería cuidarte a tí —respondió divertida—. Además, el jefe ni me la pela. Está demasiado enamorado de su hermosa esposa como para mirar a otra.Me reí con ella, acomodándome mejor en la cama.—¿En serio? ¿Y cómo va ese trabajo de espantar babosas? —pregunté con curiosidad.—Deberías agradecerme, querida —respondió con aire de superioridad—. Alejo a todas esas víboras que intentan coquetearle.Hizo un pequeño silencio y podía escuchar su respiración.
Joaquín Ver a mi esposa tan pálida y débil me estaba matando por dentro. No podía pensar en otra cosa más que en mantenerla consciente. No dejé de observar cada gesto y movimiento que hacía de camino al hospital.—Casi llegamos, mi reina —murmuré, aunque no sabía si era para tranquilizarla a ella o a mí—, aguanta un poco más...El coche se detuvo bruscamente frente a la entrada de urgencias. Apenas Andrés abrió la puerta, yo ya estaba bajando a mi mujer.—Tranquila, estamos aquí —le dije, rodeándola con un brazo, ella se apoyó en mí.Un grupo de médicos y enfermeras se acercó corriendo con una camilla.—¿Señora Salinas? —preguntó una de las enfermeras.—Sí, es ella —respondí, sintiendo alivio al ver que ya estaban preparados para atenderla—. Es mi esposa.—Señor, por favor, recuéstela aquí —dijo otra enfermera, ayudándome a acomodarla en la camilla.La llevaron de apuro a una sala privada.Iba pisándole los talones, mi corazón latiendo tan fuerte que parecía que se me iba a salir.
Angélica Estaba sentada en el patio de mi casa, disfrutando del aire fresco y del almuerzo.No saber nada de Socorro me tenía en alerta. Sabía que mi hija no era de las que se quedaban derrotadas. Su carácter rencoroso y su orgullo enfermizo la impulsaban a buscar venganza.Y si aparecía otra vez… temía por Samuel, por mí, por todos nosotros.Suspiré, pasando una mano por el brazo, tratando de sacudir esos pensamientos cuando oí los pasos rápidos de mi nieto acercándose.Samuel se acercó con su plato en la mano para hacerme compañía. Mi nieto era un santo, se había quedado conmigo sin pensarlo dos veces cuando salí del hospital.Se sentó frente a mí, moviendo el tenedor en su plato jugando con la comida. No había probado más de un par de bocados del almuerzo. Lo observé con atención, su expresión distante y esos ojos que gritaban tristeza.—Samuel, cariño, ¿qué ocurre? —pregunté, queriendo romper el silencio incómodo—. ¿Extrañas a tu mamá?—¿Extrañarla? —repitió con una amargura que
Felipe Romina entró a mi oficina, sosteniendo una carpeta y un vaso de café.—Traje los documentos que solicitaste —dijo, dejando la carpeta sobre el escritorio.—Y el café, claro, porque sé que te encanta, —agregó, ofreciéndomelo con una sonrisa que me hizo sospechar un poquito de su amabilidad.—Eres un ángel —dije, bebiéndolo despacio mientras lo saboreaba, estaba perfecto caliente y oscuro como me encantaba.El primer trago me supo a gloria, como siempre.Pero unos sorbos después... una ola de calor me recorrió desde la nuca hasta el pecho. Me moví un poco en la silla. "Tal vez el maldito aire acondicionado estaba fallando otra vez."Romina se sentó frente a mí, cruzando lentamente sus piernas con esa sensualidad natural que me dejaba babeando. Podría jurar que me estaba provocando. Alcancé a ver una pequeña franja de tela roja en su centro y mi respiración se volvió más pesada."Y ese vestido corto... ¡Dios dame fuerzas!"—Ok, mira —dijo, abriendo la carpeta—. Necesitamos aclar
Joaquín No podía dejar de admirar a mi hermosa e increíble esposa... madre de mi pequeño saltamontes.Estaba acostada, una de sus manos acariciando su vientre. Aún no se dejaba ver... era apenas un frijol. Pero la sola idea de que un hijo nuestro crecía dentro de ella me llenaba de un gozo inexplicable. Iba a ser padre. Padre. Una sonrisa se extendió en mi rostro imaginando cómo sería ese pequeño ser que llegaría a nuestras vidas.—¿Viejito? —su voz me sacó de mis pensamientos—. ¿Sabes cuánto más va a tardar Felipe en traer mis cosas?La puerta se abrió justo en ese momento y Romina entró prácticamente volando hacia la cama.—¡Amiga! —exclamó, rodeándola con un fuerte abrazo—. ¿Estás bien? ¿Qué te pasó?Camila soltó una risa suave, mientras acariciaba la espalda de su amiga para calmarla.—Tranquila, ami. Estoy bien. —respondió con una sonrisa que brillaba más que el sol—. De hecho, en unos meses serás tía...Romina frunció la boca como si no comprendiera lo que le estaba diciend
CamilaRomina no paraba de caminar de un lado a otro de la habitación. Así como no podía dejar de mover sus manos, agitándolas mientras hablaba.—¡Te juro, Cami, que solo quería probarlo! —decía con desesperación—. Solo un par de gotitas para ver si Felipe aguantaba el calorcito o si se iba directo a buscar a otra mujer. Pero... ¡creo que me pasé!Yo estaba sentada en la cama, sosteniéndome el abdomen. No podía más. Las lágrimas de risa caían por mi rostro, y cada vez que intentaba decir algo, otro ataque de risa me interrumpía.—¿Pusiste más gotas de lo que te dijo mi suegra? —logré decir entre carcajadas—. ¡Por Dios, Romi, eso es un cóctel letal!—No me digas —murmuró llevándose las manos a la cara, avergonzada—. Todo estaba bien hasta que llegamos a tu casa. Estábamos... ya sabes, haciéndolo... o casi... cuando de repente ¡BANG! Un disparo... en su trasero.Eso fue todo lo que necesité para que mi risa se convirtiera en una especie de alarido histérico. Me incliné hacia adelante
Joaquín Cuando salí de la sala de emergencias, aún con los gritos dramáticos de Felipe pidiendo más morfina resonando en mis oídos, sentí que necesitaba un café. O varios.Caminé a la cafetería del hospital. Estaba por entrar cuando algo, o mejor dicho, alguien, me detuvo en seco.Victoria.De inmediato me aparté de la puerta y me giré hacia un costado, observándola sin que me viera. La rabia me recorrió el cuerpo con cada paso que ella daba. Desde que apareció con su falso embarazo, me había hecho perder demasiado tiempo, y ahora estaba aquí. En un hospital.Si venía a seguir con su teatro, tal vez estaba a punto de cometer su peor error.La seguí por los pasillos del hospital, manteniendo la distancia suficiente para que no me viera. Su andar era seguro, como si estuviera en una pasarela y no en un hospital.La observé detenerse frente a un consultorio. Ginecología y Obstetricia.Mis ojos se entrecerraron. "Interesante."Victoria se acercó a la recepcionista con una sonrisa radi
Angélica El coche se detuvo frente a la entrada del hospital, y apenas miré por la ventana, sentí cómo la presión me bajaba de golpe.—¡Ay, Diosito! ¿Por qué me trajeron acá? —murmuré, llevándome una mano al pecho—. Esto no puede ser nada bueno…Salí del auto tambaleándome un poco, con el corazón latiéndome en la garganta. Nadie me había dicho por qué me llevaban al hospital. ¿Había pasado algo con Camila? ¿Con Joaquín? ¿Felipe había terminado muerto después de tomarse las gotitas?"Finge demencia, Angélica... Alega que se te escapó un tornillo... O tal vez Alzheimer," me preparé mentalmente, "¡Sí, eso mismo!""Angélica estás perdiendo el toque" dijo esa vocecita en mi cabeza con sarcasmo. Me imaginé frunciendo el ceño y mirándola fastidio."Si Felipe hubiera estirado la pata, estarías esposada y rumbo a una celda..."Me abrí paso por la entrada, sin saber a dónde demonios ir, cuando vi a Romina esperándome con los brazos cruzados y una sonrisa tranquila en los labios.—Venga, Cami