Joaquín
Llegué a la oficina con el ceño fruncido, más cansado de lo habitual.
Las últimas semanas habían sido un caos absoluto. El juicio contra Gustavo parecía estancado, como si cada día nos enfrentáramos a un muro nuevo.
Mario estaba haciendo lo imposible, pero la burocracia y las mentiras de Andrade complicaban todo.
Para colmo, Socorro había desaparecido sin dejar rastro. Nadie sabía dónde estaba. Parecía que la maldita tierra se la había tragado.
Lo único que me daba algo de paz era saber que Amy y Nathan estaban bien, comunicándose a escondidas con nosotros. Las historias que contaban de las travesuras que le hacían a Gustavo y Lucía eran lo único que lograba arrancarme una sonrisa genuina.
Apenas crucé el pasillo, Laura, que ahora era mi nueva secretaria, me interceptó con una carpeta en mano.
—Buenos días, señor Salinas, —dijo con una sonrisa profesional, aunque sus ojos brillaban con picardía cuando continuó—. En unos treinta minutos tiene la entrevista con la posible ca