Felipe
Romina entró a mi oficina, sosteniendo una carpeta y un vaso de café.
—Traje los documentos que solicitaste —dijo, dejando la carpeta sobre el escritorio.
—Y el café, claro, porque sé que te encanta, —agregó, ofreciéndomelo con una sonrisa que me hizo sospechar un poquito de su amabilidad.
—Eres un ángel —dije, bebiéndolo despacio mientras lo saboreaba, estaba perfecto caliente y oscuro como me encantaba.
El primer trago me supo a gloria, como siempre.
Pero unos sorbos después... una ola de calor me recorrió desde la nuca hasta el pecho. Me moví un poco en la silla.
"Tal vez el maldito aire acondicionado estaba fallando otra vez."
Romina se sentó frente a mí, cruzando lentamente sus piernas con esa sensualidad natural que me dejaba babeando. Podría jurar que me estaba provocando. Alcancé a ver una pequeña franja de tela roja en su centro y mi respiración se volvió más pesada.
"Y ese vestido corto... ¡Dios dame fuerzas!"
—Ok, mira —dijo, abriendo la carpeta—. Necesitamos aclar