Tatiana cerró la puerta de la oficina con un golpe seco y se dejó caer pesadamente sobre el sofá de cuero, soltando un largo suspiro que resumía el caos de los últimos días.
—Está vivo... —murmuró con fastidio, sin ocultar la molestia en su voz—. Solo quemaduras menores.
Su esposo, Marcel, alzó la mirada desde su escritorio con una ceja arqueada y una sonrisa cínica curvando sus labios.
—Bueno... al parecer tiene más vidas que un gato —replicó con desdén, dejando el bolígrafo sobre la carpeta de informes que fingía leer—. Pero no importa... quiero ver cómo sale de esta el maldito traidor.
Tatiana lo miró de reojo, notando la tensión apenas contenida en sus hombros, la ira en sus ojos. Sabía que para Marcel la traición no se perdonaba... y menos cuando venía de alguien tan cercano.
—¿Qué piensas hacer ahora? —preguntó con fingida calma, mientras jugaba con un mechón de su cabello, como si la respuesta no le importara, aunque en el fondo moría de curiosidad.
Marcel se levantó despacio,