—No tienes nada que hacer aquí. ¡Largo! —espetó Hellen con frialdad, sin ocultar su molestia.
Marcel sonrió con arrogancia, disfrutando de la tensión en el ambiente.
—Qué grosera... antes rogabas por mi atención. Y ahora me echas, preciosa.
Hellen apretó los puños tratando de no perder la calma.
—Antes era una tonta —replicó con voz firme—. Las personas cambian, y yo cambié. Así que lárgate. No eres bienvenido aquí.
Pero Marcel, ignorando sus palabras, se sentó con elegancia en uno de los sofás de la sala, cruzando una pierna con toda la confianza del mundo.
—Vine a ofrecerme como socio. Ya sabes... negocios son negocios —dijo con fingida inocencia. —lamento lo que paso con tu padre espero se encuentre bien.
Hellen soltó una carcajada sarcástica. No podía con tanta hipocresía y descaro.
—¿Acaso te volviste loco? ¿Te golpeaste la cabeza, Marcel?
El hombre sonrió aún más y abrió su maletín con parsimonia. De él sacó un sobre grueso con documentos.
—Sabía que dirías eso —musitó con satis