Nicolás se mantenía de pie con una copa de vino en la mano, su postura relajada pero imponente.
Desde el otro lado del jardín, las primas de Hellen no dejaban de mirarlo con descaro.
Susurraban entre ellas, sonriendo como adolescentes emocionadas, lanzándole miradas que, si fueran más obvias, podrían iluminar toda la fiesta.
Ninguna de ellas llamaba su atención.
Ni siquiera un poco.
A Nicolás le resultaba molesto.
Y aburrido.
Su esposa, en cambio, parecía completamente ajena a la situación.
Sentada en una mesa cercana, fruncía los labios mientras Cecilia, su mejor amiga, la miraba con una ceja arqueada.
—Diablos, amiga, yo no me hubiera resistido —murmuró con una sonrisa traviesa.
Hellen se giró para fulminarla con la mirada.
—No me ayudas.
Cecilia se encogió de hombros.
—Digo la verdad. Ese beso fue… caliente.
Hellen suspiró, visiblemente exasperada.
—No quiero que piense que me tiene en sus manos. Me molesta su actitud.
Cecilia le dio un sorbo a su copa de champán.
—¿Te molesta su a