El sonido de mi respiración se volvió errático al sentir el calor de su cuerpo irradiando contra mi espalda, una pared de músculo y furia contenida que me separaba del mundo exterior.
Damián no me dio tiempo a girarme por completo. En un movimiento fluido y depredador, dio un paso más, eliminando cualquier distancia decente, y me obligó a retroceder hasta que mis caderas chocaron contra el borde duro de la mesa de conferencias.
—¿Te crees muy lista, Adeline? —susurró, y su aliento caliente golpeó mi oreja, enviando una descarga eléctrica directa a mi vientre bajo.
Me giré bruscamente para encararlo, intentando mantener esa fachada de mujer empoderada que acababa de deslumbrar a la sala, pero mi valentía flaqueó al ver sus ojos. Estaban oscuros, dilatados, una mezcla volátil de ira por mi desobediencia y un deseo crudo que parecía dolerle físicamente.
—Hice lo que tenía que hacer —respondí, levantando la barbilla, desafiándolo—. Mi equipo me necesitaba. El proyecto se iba a hundir si y