El aire dentro de la sala de juntas estaba tan viciado por el miedo que casi se podía saborear. Era un sabor metálico, agrio, mezclado con el zumbido constante del proyector y el silencio sepulcral de doce personas conteniendo la respiración al mismo tiempo.
Sofía, la chica encargada de la presentación, estaba al borde del colapso. Su puntero láser temblaba visiblemente sobre la pantalla de proyección, haciendo bailar un punto rojo errático sobre un gráfico de barras descendente que, claramente, no debería ir hacia abajo.
—Y... estipulamos que la retención del usuario en el nivel tres... eh... podría caer debido a la dificultad del... del boss final —tartamudeó, secándose el sudor de la frente con el dorso de la mano.
Damián no dijo nada. Ese era su peor castigo. El silencio. Estaba recostado en su silla de cuero negro en la cabecera, con esa postura engañosamente relajada de un depredador que ya ha comido pero que matará por diversión. Sus ojos oscuros estaban clavados en Sofía, pero