—¡Espera!
Me moví por puro instinto. Di dos zancadas rápidas y alcancé su mano antes de que cruzara el umbral. Mis dedos se cerraron alrededor de su muñeca, sintiendo el pulso acelerado que latía bajo su piel caliente.
Damián se detuvo en seco, como si hubiera chocado contra una pared invisible. Se giró lentamente, mirándome con sorpresa genuina. No esperaba que lo detuviera. Sus ojos bajaron a mi mano en su brazo y luego subieron a los míos, buscando una explicación.
—Por favor... —susurré, y mi voz salió ronca, cargada de una necesidad que ya no podía ocultar—. Quédate...
No fue solo una petición de compañía. Fue una invitación. Y él lo entendió.
Vi cómo su garganta se movía al tragar saliva. Sus ojos se oscurecieron aún más, diluyéndose la sorpresa para dar paso a un hambre primitiva. Pero todavía dudaba. Todavía intentaba ser el caballero, el protector que respeta los límites.
—Adeline... —empezó a decir, su voz sonando como una advertencia rota—. Estás cansada. No sabes lo que...