Narrado por Brienna Clarks
Desperté con el cuerpo cansado, como si hubiera pasado la noche entera luchando contra algo que no podía ver. Los ojos me pesaban y la cabeza me daba vueltas. La última pastilla había sido hacía un par de horas, cuando ya no podía más con el ardor que me recorría el cuerpo, pero el efecto se iba diluyendo rápido. Lo sabía porque el calor volvía, lento y constante, instalado en el centro del abdomen como una presión que no cedía.
Me moví sobre la cama y una sensación húmeda me recorrió la espalda. La sábana estaba mojada. Mi ropa también. Era sudor, un sudor espeso que me cubría desde el cuello hasta las piernas. Me dio vergüenza incluso estando sola.
Me senté con dificultad, retiré la sábana empapada y la dejé caer al suelo. El aire caliente de la habitación no ayudaba en nada, hacía que esa sensación pegajosa se quedara atrapada en la piel. Busqué la calefacción y la apagué, esperando que el frío hiciera algo por estabilizarme.
Me quité la ropa como pude. S