Capítulo III

Narrado por Brienna Clarks

El despacho de Lucan estaba al fondo del pasillo, aislado del resto de la casa. Lo seguí, intentando ordenar mis ideas, pero cada paso en esa alfombra gruesa parecía recordarme que estaba entrando en un lugar donde él imponía sus reglas sin esfuerzo.

Cuando abrió la puerta y me cedió el paso, sentí cómo el ambiente cambiaba. El calor de la chimenea, el aroma tenue a madera, el silencio firme que lo acompañaba siempre. Era el tipo de espacio donde un hombre como él trabajaba sin interrupciones y sin piedad.

Lucan cerró la puerta y dejó caer el abrigo sobre una silla. Había recuperado el aliento después del esquí, pero su cuerpo seguía mostrando ese desgaste atractivo de un alfa que había pasado horas enfrentando el frío sin debilitarse. Llevaba un suéter oscuro que marcaba la fuerza de sus hombros y la forma de sus brazos, y el cuello alto dejaba ver apenas la línea de su mandíbula. La luz cálida del despacho resaltaba la dureza de sus rasgos: el puente recto de la nariz, la sombra breve de barba que siempre terminaba saliéndole al final del día, y esos ojos grises que parecían medirlo todo sin mostrar grietas.

Me obligué a respirar con calma para que ese efecto no me derribara. Las pastillas estaban actuando, pero no lo suficiente. Sentía un hormigueo bajo la piel desde que él entró al salón, como si mi cuerpo registrara su cercanía antes que mi mente. Diciembre siempre complicaba las cosas, pero aquella noche todo era más intenso.

Lucan se acercó al escritorio y señaló la mesa larga de reuniones.

—Trabajaremos aquí. Siéntate.

Obedecí y me acomodé en una de las sillas. Él tomó los documentos que había dejado antes y abrió la primera carpeta. La postura de su cuerpo hablaba de concentración, pero yo sentía que cada movimiento suyo alteraba el aire a mi alrededor.

Un Alfa… una Omega a punto de entrar en celo, una combinación catastrófica, más cuando todo lo que deseo es ocultarlo, por mi seguridad, por mi libertad.

Si descubre, por alguna razón, que yo soy una omega, mi vida cambiará para siempre. Y no para bien.

—Quiero que revisemos esto punto por punto —dijo mientras pasaba una hoja—. No puedo permitirme errores con la familia Moonridge. Quieren garantías, protocolo, una imagen impecable. Y he dejado que el tiempo corra, sin darme cuenta de que esto ya no puedo retrasarlo más. Pensé que podría ser para año nuevo, pero todo indica que no. Es la razón de que estés aquí. Podría haberlo hecho, pero exigen un grado de precisión al que no quiero verme fallando. Esto es importante.

Asentí, tomando notas, aunque todavía tenía la vista algo nublada por el impacto emocional de saber que él realmente iba a casarse. Me forcé a leer en voz baja algunos apartados, tratando de ignorar la presión leve en el abdomen. Mi cuerpo ya empezaba a mostrar señales de que el tiempo corría en mi contra.

La noche avanzaba y el viento seguía golpeando las ventanas. Él caminaba alrededor de la mesa con pasos seguros, siempre pendiente de los detalles. Yo trataba de concentrarme en cada punto, pero había momentos en los que su cercanía me obligaba a tragar saliva.

Cuando se inclinaba para ver lo que estaba escribiendo, su brazo quedaba a unos centímetros del mío, y ese calor, tan propio de los alfas, me recorría entera. Era injusto. Ningún supresor lograba apagar del todo lo que despertaba mi cuerpo cuando un alfa se acercaba así, y menos uno como él.

—El comunicado necesita un tono más formal —comentó mientras se inclinaba sobre mi hombro. Su respiración me rozó el cuello, cálida, firme. Mi estómago se contrajo con una fuerza que me dejó sin aire.

Intenté mantener la calma, pero mi mano tembló ligeramente sobre el bolígrafo. Él lo notó porque sus ojos bajaron hacia mis dedos. No dijo nada, solo tomó el papel y escribió una frase alternativa. Lo vi mover la mano y sentí como si la temperatura del despacho hubiera subido. Su cuerpo estaba demasiado cerca y yo empezaba a perder la noción de cuánto tiempo llevaba sentada allí con él.

—¿Te sientes bien? —preguntó sin apartar la vista del documento, como si necesitara la respuesta sin mirarme directamente.

—Sí —mentí con voz suave—. Es el cansancio.

Él asintió, pero su mirada pasó por mi rostro un segundo más, como si algo en mí no encajara con la explicación. Me obligué a retomar el trabajo, concentrarme en el texto, respirar profundo.

La presión en el abdomen iba y venía, el pecho se me llenaba de un calor extraño y la piel reaccionaba al más mínimo roce. No era peligroso aún, pero era incómodo. Esa sensación sutil que anunciaba el comienzo de algo que llevaba semanas intentando retrasar.

Seguimos avanzando con las carpetas.

Había momentos en los que nuestras manos chocaban sin querer mientras movíamos documentos, y esa descarga leve que me recorría el brazo me hacía querer alejarme y acercarme al mismo tiempo. Él parecía no notarlo, pero había algo en su postura que cambiaba apenas nuestras pieles se tocaban. No decía nada, aunque a veces respiraba profundo, como si necesitara ordenar sus sentidos antes de continuar.

—Lee esto —dijo pasándome otro documento.

Cuando tomé la hoja, sus dedos rozaron los míos, apenas un segundo, pero mi pulso respondió al instante. No podía permitir que él lo notara. Me moví un poco hacia atrás y fingí acomodar mis papeles. Él me observó un momento, como si analizara un detalle que no lograba entender.

La tormenta afuera parecía volverse más fuerte. El viento rugía sin descanso y la nieve golpeaba los ventanales con insistencia. En cualquier otro momento habría sentido miedo de quedar atrapada allí. Ahora solo pensaba en lo cerca que él estaba y en lo mal que me venían esas sensaciones mientras intentaba mantener el control.

Lucan se quitó el suéter en algún punto, quedándose con una camiseta oscura de manga larga que marcaba la forma de su torso. Sentí un calor inesperado en el pecho cuando lo vi mover los brazos para ajustar la tela. Él no parecía notarlo, y yo agradecí que estuviera tan concentrado en los documentos como para no ver cómo mis mejillas se calentaban. Era absurdo, pero verlo así, relajado, con ese aire varonil que siempre proyectaba, me afectaba de una manera casi obscena.

Pasaron horas sin que lo notáramos. El reloj avanzaba y la sensación de encierro hacía que todo fuera más intenso. Él caminaba de un lado a otro, se inclinaba para tomar notas, se acercaba para revisar mis correcciones. Su aroma era una mezcla tenue de ropa limpia, frío; me hacía sentir un tirón interno que amenazaba con salirse de control.

Deseo.

Esa era la segunda fase al inicial mi celo.

Sé que todo esto iba yendo muy deprisa, y era por la presencia de un Alfa.

Lo normal sería que lograra pelear, aunque sea un poco con esto, pero había algo a lo que no estaba costumbrada, y eso era estar cerca de un Alfa cuando mi celo daba comienzo.

Me afectaba… Tenerlo cerca aceleraba mi celo y debilitaba mi resistencia.

—Esto debe estar perfecto —murmuró mientras apoyaba una mano en la mesa justo al lado de la mía—. No podemos permitir que la familia Moonridge tenga dudas sobre cómo vamos a manejar esto.

Asentí mientras sentía el calor de su cuerpo tan cerca que la piel me hormigueó de nuevo. No podía moverme, no podía alejarme sin que se notara, y tampoco quería hacerlo. Me quedé quieta, consciente de cada parte de mi cuerpo, de los síntomas que empezaban a despertar, de lo complicado que sería sostener una noche entera así.

Mi boca se secaba, sentía mis pezones endurecerse y me quedaba mirando demasiado tiempo el movimiento de sus labios al hablar.

¿Cómo se sentiría besarlo? ¿Cómo podría… lograr llegar a esos labios? Era imposible, no solo era mi jefe, mi crush, sino que ahora estaba prometido a alguien más, en mis manos estaban acuerdos, anuncios y una promesa de una unión que desataban una fuerza empresarial jamás antes vista, sin mencionar la perfecta combinación de genes, linaje.

Era como unir dos puntos de la realeza, formando una unión esperada, casi ancestral. Contra eso no se podía competir.

Llegó un momento en el que se agachó a mi lado para revisar un párrafo que estaba reescribiendo. Su rodilla rozó mi pierna y una corriente caliente me recorrió desde el abdomen hasta el pecho. No supe si él lo sintió también, porque permaneció en esa posición unos segundos más de lo necesario. Su respiración estaba tan cerca de mi oreja que tuve que cerrar los ojos para no perder el control.

Deseaba sentir su toque, una mano sobre mi piel, calmar el ardor que crecía entre mis piernas y lograr controlar esta necesidad tan natural como inquietante.

Ansiaba cualquier contacto, por mínimo que fuese… tan solo un toque, y podría calmarme y al mismo tiempo despertar del todo estas ganas que venían como torrente debido a mi inicio del celo.

—Así está mejor —dijo con voz más baja de lo habitual. Luego se incorporó despacio, como si evaluara mi reacción.

Yo apreté las manos sobre la mesa. Sentía mi cuerpo demasiado despierto y la presión interna avanzaba con una claridad que me asustó.

Si esto continuaba, no podría seguir fingiendo que todo estaba bajo control.

Deseaba tenerlo cerca, pero este deseo no era sensato, era parte del descontrol que desataba mi celo.

Incluso mis pensamientos ya actuaban en mi contra.

Después de varias horas, logramos terminar la última revisión. Él dejó las carpetas cerradas sobre el escritorio y respiró profundo, cansado, parecía satisfecho. Yo aparté mis notas y me obligué a mantener la compostura.

Debía sentirme aliviada de que al fin nos íbamos a alejar… Pero solo llegaba la angustia de tenerlo lejos.

—Buen trabajo —dijo mientras recogía algunos documentos—. Con esto basta. Mañana ya no tendrás que hacer nada más. —¿Era una despedida?  Lucan miró el reloj y tomó su abrigo—. Saldré temprano. Mi vuelo está programado para las nueve. El tuyo es a las diez. No habrá margen para retrasos, así que asegúrate de descansar. —Quise responder con algo profesional, pero la voz estaba atrapada en mi garganta y tenía miedo de decir algo que me delatara, como un “calme mi calor esta noche. Quédese un poco más, por favor”. Por suerte, nada de eso salió de mis labios. Él me sostuvo la mirada un instante, como si buscara una señal de agotamiento o malestar. Yo me limité a asentir para no mostrar lo mucho que me afectaba su cercanía y también que ahora se alejara.

—Nos vemos por la mañana, Clarks.

Abrió la puerta del despacho. Por Dios… ya se iba. Y antes de marcharse por completo, volvió la cabeza apenas un instante hacia mí.

Ese segundo bastó para que mi cuerpo reaccionara otra vez, mordí mis labios para no gemir, conteniéndome todo cuanto podía. Con una mirada, con esa maldita mirada, mi loba ya quería saltar hacia él e implorar por ser marcada.

Que condena.

Recogí todo rápidamente y me marché a la habitación asignada, sin imaginarme que todo olía él. Cada parte de este espacio llevaba su aroma, su marca.

¿Era así estar en territorio de Alfa?

Meterme a la cama no un proceso largo, pero sí la peor de las ideas.

Mi cuerpo empezó a dar vueltas y más vueltas, restregándome en su olor. Tarde me di cuenta de que ese comportamiento no era normal. Tomé el bolso con manos temblorosas y saqué una pastilla, la metí a toda prisa en mi boca, suplicando para que me calmara.

Nunca se había desatado mi celo con esta rapidez.

Era su presencia. Yo sabía que era eso.  

Continue lendo este livro gratuitamente
Digitalize o código para baixar o App
Explore e leia boas novelas gratuitamente
Acesso gratuito a um vasto número de boas novelas no aplicativo BueNovela. Baixe os livros que você gosta e leia em qualquer lugar e a qualquer hora.
Leia livros gratuitamente no aplicativo
Digitalize o código para ler no App