Capítulo II

Narrado por Brienna Clarks

North Ridge parecía un punto perdido entre picos blancos y árboles cubiertos por capas gruesas de nieve. No había nada alrededor salvo viento y silencio.

Apenas bajé las escalerillas, el frío me golpeó con una fuerza que me hizo sentir que estaba entrando en otro mundo. Un coche oscuro esperaba con las luces encendidas, el motor funcionando y las ventanas empañadas. El chofer me saludó con un gesto rápido y me abrió la puerta trasera. Apenas subí, arrancó sin decir nada.

Apoyé la cabeza en el vidrio mientras el coche avanzaba por la carretera angosta. La nieve caía sin detenerse, pesada, constante, movida por un viento que parecía querer arrancarlo todo. Yo trataba de mantener la calma, aunque dentro de mí las cosas se movían de una manera que no tenía control.

En la radio hablaban de la tormenta más grande del invierno, esa que venía formándose días atrás y que, según el locutor, podía desatarse en cualquier momento de la madrugada. Cuando escuché esas palabras, mi cuerpo reaccionó como si alguien hubiera encendido una alarma. Llevaba pocas pastillas, estaba al borde de diciembre, y lo último que necesitaba era quedar atrapada allí sin posibilidad de regresar a tiempo.

Me quedé mirando el paisaje, aunque no había mucho que ver. Todo era blanco. Montañas blancas, caminos blancos, árboles blancos. El mundo entero parecía cubierto por la misma manta interminable. Era imposible saber dónde estábamos o cuánto faltaba.

El chofer permanecía concentrado en la carretera, ajustando la calefacción de tanto en tanto mientras la radio seguía insistiendo en que los vuelos podrían cancelarse si el clima empeoraba. Sentí un nudo en la garganta. Comencé a rogar mentalmente que el viento cediera, que la tormenta no cayera tan pronto, que pudiera volver antes de que mi cuerpo tomara el mando de una forma que no podía permitir.

El viaje se alargó más de lo que imaginé. Las horas parecían mezclarse con el sonido del motor y la oscuridad que iba tragándose el cielo.

¿Qué tan lejos quedaba esto de la civilización?

Cuando por fin las ruedas tocaron un tramo de camino más estable, supe que estábamos llegando. El chofer anunció que faltaban unos minutos y sentí cómo el corazón me golpeó el pecho con fuerza. No sabía qué esperaba encontrar. Solo sabía que él me había pedido estar allí y que algo urgente debía estar ocurriendo.

La propiedad apareció entre los árboles como una sombra enorme y elegante, iluminada por luces cálidas que contrastaban con la noche helada. El coche se detuvo frente a la entrada y dos personas salieron enseguida, abrigadas de pies a cabeza. Me recibieron con amabilidad, tomaron mi maleta y me hicieron entrar.

El interior estaba caliente y acogedor, un alivio después de tantas horas entre nieve y viento.

Me guiaron hasta un salón amplio, con muebles bien distribuidos y una chimenea encendida. Se sentía el calor agradable del lugar.

Me ofrecieron té, café, chocolate, agua; acepté un té solo para tener algo entre las manos. Luego me entregaron un portafolio oscuro.

—El señor Cavendish pidió que recibiera esto al llegar y que se pusiera de una vez con ella, que tiene prioridad—comentó una de las mujeres.

—¿Él no está aquí?

—No, señorita Clarks. Salió hace unas horas. Regresará esta noche —respondió ella con amabilidad.

Urgente.

Me llama desde miles de kilómetros.

Me obliga a tomar un avión privado en una hora.

Y él no está.

Tragué saliva. No servía de nada enojarme, pero la sensación estaba ahí, firme, ardiendo como si algo dentro de mí se hubiera torcido sin permiso. Me quedé sola en el salón, con el portafolio en las manos. Me senté en el sofá y lo abrí con cuidado, aunque sentía que ya sabía lo que iba a encontrar. Algo en mí se preparaba desde hacía días para enfrentar la realidad que tanto había evitado.

Cuando vi los documentos, la vista se me nubló. Tuve que parpadear varias veces para poder leer. La palabra “compromiso” aparecía escrita en la primera página. Luego los nombres. Su nombre. Y el de ella.

Isaelle Moonridge.

La heredera menor de una de las familias alfa más influyentes. Competente, respetada, hermosa según todo lo que había visto en revistas. Perfecta para un acuerdo empresarial de alto nivel. Perfecta para él.

Me llevé una mano al rostro sin poder evitarlo. Sentí cómo los ojos se me llenaban de lágrimas y odié esa reacción inmediata, esa fragilidad que no sabía si venía del corazón o del cuerpo que ya empezaba a desobedecerme.

Se casaba. Era cierto. Lucan se casaba.

Volví a mirar las carpetas. Pedían que preparara una presentación detallada para la familia Moonridge.

Debía organizar todos los puntos relacionados con su manejo público, la reputación corporativa involucrada, el protocolo social, la comunicación discreta y todo lo referente a esa unión estratégica.

Él quería que todo estuviera listo antes de anunciar el compromiso.

Me temblaron las manos. No sabía si era por los síntomas que ya reconocía demasiado bien o porque mi crush estaba a punto de casarse con una alfa extraordinaria de una familia poderosa. Tal vez era ambas cosas. Esa mezcla extraña de pena y necesidad que diciembre siempre traía conmigo.

Me levanté y le pregunté a uno de los empleados dónde estaba el baño. Necesitaba un momento sola. El peso en mi pecho no dejaba de crecer.

Entré, cerré la puerta y respiré hondo varias veces, intentando recuperar fuerza. Las lágrimas cayeron sin que pudiera detenerlas. Me limpié el rostro con rapidez, sintiendo ese calor incómodo en la piel que no debía tener tan pronto.

Era demasiada tensión para mi cuerpo si las pastillas seguían fallando.

Me quedé unos segundos apoyada en el lavabo, solo buscando tener el control suficiente para salir con dignidad.

Cuando abrí la puerta del baño, aún tenía el corazón acelerado. Caminé hacia el salón con la intención de tomar otra carpeta y continuar revisando, pero me detuve al escuchar el golpe del viento entrando por la puerta principal. Me giré y allí había un hombre.

Él.

Lucan entró cargando el equipamiento de esquí sobre un hombro, sacudiéndose la nieve del abrigo con un gesto cansado. Dejó caer el casco sobre una mesa cercana y se quitó los guantes con una brusquedad que me hizo recordar todas las veces en las que lo vi trabajar sin descanso. Su cabello estaba húmedo por la nieve y, cuando se pasó la mano por él para alejarlo del rostro, algo en mi pecho se tensó de una forma que conocía demasiado bien. No supe si era culpa de diciembre o de lo que sentía desde que lo conocí.

Se encorvó ligeramente para desatar las fijaciones de las botas y luego se enderezó al verme. Sus ojos se detuvieron en los míos con ese peso que siempre lograba dejarme sin palabras.

Una sonrisa breve, casi escondida, apareció en su rostro. Una que nunca mostraba en público, pero que yo tenía el placer de ver de vez en cuando.

—Clarks, qué bueno que ya estás aquí —dijo mientras dejaba el resto del equipo en el suelo sin preocuparse por el desorden que estaba creando.

Me quedé inmóvil. No sabía si responder, acercarme o simplemente respirar hondo para mantener el control. La piel me ardía de manera incómoda, pero mantuve la expresión neutra. Él se acercó un poco más, relajado, como si acabara de salir de una tarde tranquila y no de un fin de semana de negociaciones que estaban a punto de cambiar su vida y destrozar la mía.

Lucan se quitó el abrigo y lo dejó sobre un sillón. El salón quedó lleno de su presencia, ese aroma suave mezclado con frío que traía de la nieve, ese aire seguro que tenía incluso cuando estaba cansado. Yo seguía con los documentos en la mano y él los miró un instante, como si así confirmara que ya entendía el motivo de mi llegada.

Preferí quedarme en silencio; cualquier palabra habría salido inestable. Él tampoco preguntó si estaba bien. Solo me observó, como si buscara algo en mi rostro. Yo forcé una respiración lenta para sostenerme. Mi cuerpo estaba demasiado sensible y la cercanía de un alfa tan fuerte no ayudaba. Sobre todo, ese alfa.

—Espero que tu viaje haya sido agradable, te necesito lista, vamos a trabajar toda la noche, es la única manera en la que podrás irte mañana antes de que la tormenta te atrape aquí. Y yo también debo ir a otro lugar, mi vuelo sale mañana a las nueve. ¿Crees que podríamos terminar todo esta noche?

—Yo…—¿por qué se incluía? Era algo que podía hacer yo sola sin su presencia constante, juro por Dios que estoy acostumbrada a trabajar con su cercanía, ¡pero las fechas no ayudaban! Lo que sí me daba un gran alivio era saber que él estaba al tanto de la tormenta y procuraba que yo no me quedara aquí atrapada—. No necesito que se quede, señor. Puede descansar.

—De eso nada, no voy a dormir mientras tú te desvelas, además, debo asegurarme de que lo hagas esta noche, porque mañana debo partir con el—levantó una mano y las dos mujeres regresaron de nuevo—. Preparen la cena, estaremos en mi despacho, que no se nos moleste para nada.

—Sí, señor.

—Pueden recoger sus cosas, el chofer las llevará a sus hogares luego de la cena.

—Gracias, señor.

Las mujeres desaparecieron por donde mismo llegaron, Lucan tomó las cosas y señaló su despacho.

—Vamos, debemos empezar. Será una larga noche, Clarks.

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