Sofía, Ava y Dafne corrían sin detenerse, con el miedo latiendo en sus pechos. Los disparos habían cesado, pero el sonido de los pasos de sus perseguidores resonaba en el aire. Estaban agotadas, pero no podían detenerse.
Sofía escaneó el terreno con desesperación, buscando dónde esconderse. Sus pulmones ardían, sus piernas temblaban, pero su mente se mantenía alerta. Entonces, entre la maleza, divisó un barranco de poca profundidad.
—¡Por aquí! —susurró con urgencia, guiándolas hacia el borde. Sabía que no era el escondite perfecto, pero en ese momento era la única opción que tenía.
Las tres mujeres descendieron con cuidado por el barranco, agachándose lo más que podían para no ser vistas. El suelo estaba resbaloso. Sofía, con el arma en las manos, miró a Ava y Dafne con una calma que decía que todo iba a estar bien, aunque por dentro su corazón latiera desbocado.
—Manténganse calladas —susurró con voz tensa—. Buscare la manera de protegerlas, lo prometo. No les pasará nada.
Dafne y Av