Al llegar frente a la puerta, Ava agarró la manilla y la giró. Al abrirla, sus ojos se encontraron con una escena alarmante: en el sofá, una mujer luchaba desesperadamente por liberarse de un hombre de unos cincuenta años. En ese instante, Ava intuyó que se trataba de Fernando.
—¡Suelte a esa mujer! —exclamó Ava con firmeza.
Fernando levantó la cabeza al escucharla. Su rostro reflejaba perversión, pero al ver quién era, se levantó rápidamente y comenzó a acomodarse la ropa.
—No es lo que ustedes piensan. Ella es una ofrecida y yo solo trataba de someterla para que me dejara tranquilo.
Ava miró a la chica, que, aún en pánico, se arreglaba la camisa rota. Una furia crecía dentro de ella. Sacó su teléfono y llamó a los otros guardaespaldas.
—Suban al piso 13, los necesito con urgencia.
Sofía corrió a socorrer a la chica, que tenía el cabello alborotado y el maquillaje corrido por las lágrimas.
—¿Estás bien? ¿Te hizo algo este cerdo?
—A mí me respetas. ¿No sabes con quién te estás metiend