—No me juzguen si no van a ayudarme —gruñó Kael a los pequeños. Ellos, en lugar de responder, soltaron una risita burlona.
—Finge que estás en peligro —dijo Sofía, guiñándole un ojo mientras tomaba a Samuel de la mano para irse a su habitación.
Kael negó con la cabeza. Era un juego absurdo, demasiado infantil para su gusto… pero la idea no era del todo mala. Aun así, siguió insistiendo en la puerta.
—Lyra, abre ya ¡No me hagas enojar!
—Haz lo que quieras, Alfa. No quiero hablar contigo, ni hoy ni nunca. ¡Eres un mentiroso!
Frustrado, Kael fue a la cocina. Sabía que los niños solían tomar té antes de dormir, así que, buscando llamar la atención, tomó la tetera y la dejó resbalar, dejando que un poco del agua caliente cayera sobre sus manos.
—¡Carajo, me quemé! ¡Duele! ¡Arde! —gritó con dramatismo.
Samuel salió corriendo, alarmado.
—¡Kael se ha quemado, no puede ser! —gritó, fingiendo con convicción.
Lyra, al otro lado de la puerta, sabía bien que él no era fácil de afectar. Pero al esc