VERONICA
Bruno me tomó de la mano y me llevó a un lugar íntimo. Me sentó en una silla y se puso detrás de mí. Me susurró al oído, su voz baja y sensual.
—No te muevas —me dijo—. Solo siente.
Me sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Su voz era como una orden, y me gustaba. Me gustaba la sensación de estar bajo su control.
Luego, me cubrió los ojos con una suave venda de seda. La oscuridad me envolvió, y mis otros sentidos se agudizaron. Sentí sus manos en mis hombros, y luego en mi cuello, acariciándome con suavidad.
—Eres mía —me susurró al oído—. Solo mía.
Su voz era como un susurro en la oscuridad, y me sentí completamente suya. Me sentí relajada, pero al mismo tiempo, mi corazón latía con fuerza. No sabía qué iba a pasar después, pero estaba dispuesta a dejarme llevar.
Mi amo continuó acariciándome, sus manos moviéndose con precisión sobre mi piel. Me sentí en un estado de trance, como si nada más importara excepto él y yo. La oscuridad y la incertidumbre me hacían sentir más vi