Cuando Liliana se dio cuenta de mi presencia, se apartó de Bruno y me miró con una sonrisa irónica en el rostro. Sus ojos brillaban con una mezcla de triunfo y burla.
—Ah, Verónica —dijo con un tono de voz dulce y falso—. ¿Qué sorpresa verte aquí.
Bruno se apartó de ella y me miró con una expresión de culpabilidad, pero Liliana no parecía tener ninguna intención de dejar que la situación se calmara.
—Parece que interrumpimos algo importante —dijo, mirándome con una ceja levantada—. ¿Venías a unirte a la fiesta?
Mi rostro ardía de rabia y dolor. Quería gritarle, quería sacarla de allí a empujones. Pero me contuve, intentando mantener la dignidad.
—No —dije con voz fría—. Solo vine a dejar unos documentos. Pero parece que ya tienen suficiente... documentación.
Liliana se rió, una risa baja y gutural que me hizo sentir como si estuviera a punto de estallar. Bruno intentó intervenir, pero yo ya había tenido suficiente.
—Bruno, hablamos luego —dije, y salí de la oficina sin mirar atrás.
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