LA RELACIÓN ES FINGIDA, PERO EL DESEO NO PODRÍA SER MÁS REAL. Erick Miller, un hombre fuerte y capaz, millonario exitoso y cazador de buenos negocios, es también un padre abnegado, quien ve rota la relación con sus hijos gracias a su turbulento divorcio. Louisa, su ex esposa y madre de los gemelos, ha amenazado con apartarlos de su vida para siempre si Erick no accede a darle control total sobre el fideicomiso multimillonario que le ha dejado a los pequeños para asegurar su buena vida. Puesto contra la espada y la pared, sigue el concejo de su abogado y mejor amigo, y accede a concretar un matrimonio por conveniencia para poder pelear la custodia de los pequeños. Olivia Jhonson, una joven inteligente y perspicaz, lucha fieramente contra el monstruoso Nueva York, haciendo de tripas corazón para sacar su carrera de Derecho adelante y no morir de hambre en el proceso. Cuando es despedida de su último empleo, entra a trabajar en las empresas Miller...y su vida cambia para siempre. Prácticamente de inmediato, entre los dos surge una química estupenda, una especie de fuerza de alto voltaje que los atrae juntos como el imán al metal. No obstante, deciden ser profesionales. Al ser justamente lo que el otro necesita, hacen un pacto con fecha de caducidad. El matrimonio será meramente por conveniencia, y solo durará hasta que ambos hayan conseguido lo que quieren pero...¿Qué pasa cuando el corazón se ve involucrado? ¿Estarán dispuestos a arriesgar todo por lo que han trabajado únicamente para seguir sus sentimientos? ¿Podrá Erick recuperar a sus hijos? ¿Será Olivia capaz de cumplir su sueño y terminar su carrera? Y lo más importante de todo... ¿Podrán vivir su amor a plenitud?
Ler maisPor las mañanas, a Erick Miller le gustaba contemplar la ciudad. Todos los días, sin excepción, se levantaba a las cinco y media (una hora antes de que su alarma sonara) y luego de darse una ducha de agua fría para despertar todas las terminaciones nerviosas se su cuerpo, hacía media hora de ejercicio, se duchaba de nuevo y finalmente, con una taza de café y vestido para comenzar su día, se paraba justo en frente de la enorme ventana panorámica que dominaba casi la totalidad de una de las paredes de su sala, desde donde se veía con bastante claridad toda la ciudad de Nueva York. Desde esa altura, no se oía más que su respiración, así que esos minutos de contemplativo silencio lo calmaban bastante.
Aquella mañana, sin embargo, algo cambió. Mientras contemplaba en silencio la ciudad en la que había vivido toda su vida, comenzó a escuchar extraños ruidos fuera de su pent-house, unos ruidos que fueron haciéndose más y más fuertes hasta que lograron picarle la curiosidad. Dejando de lado su taza de café, tomó su teléfono para llamar al jefe de su seguridad privada, pero no había logrado marcar ni el primer número cuando recibió una llamada justo de él. — ¿Nelson?—dijo Erick—. ¿Qué demonios pasa allá afuera? ¿Qué es todo ese ruido? Al otro lado de la línea, Peter Nelson parecía nervioso cuando contestó: —Disculpe las molestias, señor Miller, es que yo…bueno… —Escúpelo ya, Nelson—le espetó Erick, quien no solía ser conocido por su paciencia—. ¿Qué es lo que pasa? —Lo siento, señor, tratamos de decirle que no podía subir sin anunciarse antes… — ¿Qué…? ¿De qué hablas? Pero antes de que Nelson pudiera decir nada, Erick encontró la respuesta a su pregunta cuándo, de golpe, la puerta de entrada se abrió de par en par, dándole vía libre a una hermosa mujer de cabello rojo, curvas prominentes y expresión enfurecida. Se trataba nada menos que de Louisa Mason, la ex esposa de Erick, y la persona a la que menos habría esperado ver aquella tranquila mañana. — ¿Y tú qué haces aquí?—le dijo Erick, mientras colgaba la llamada y se guardaba el teléfono—. ¿Qué acaso no te dije que no te quería volver a ver? —Pues me importa una m****a lo que dijiste—replicó Louisa, quien se detuvo a tan solo unos pasos de distancia de Erick y comenzó a rebuscar con furia en la cartera que llevaba consigo—. He venido por esto—dijo poco después, y tras sacar un fajo de papeles, se los lanzó a Erick, quien los atrapó al vuelo. Si había algo que definía a Erick Miller, era su capacidad de intuición, ese instinto extra que le había funcionado de maravilla para los negocios, llevándolo a amasar una de las fortunas más grandes del país, y puede que tal vez del mundo entero. Sabía leer a las personas, descubrir sus intenciones y manejarlas a su conveniencia, por lo que, para aquel momento, ya sabía muy bien lo que había llevado a su ex esposa a irrumpir de aquella forma en su casa. Aun así, en cuanto vio los papeles que sostenía entre sus manos, no pudo evitar que el estómago se le revolviera de desagrado. — ¿Cómo puedes ser tan miserable?—le dijo Louisa, mientras Erick dejaba a sus ojos vagar por los papeles—. ¿Cómo puedes ser capaz de condenar el futuro de tus hijos de esa forma tan cruel? De pronto, el desagrado de Erick fue sustituido por una rabia poderosa y efervescente que lo inundó de pies a cabeza. Dejando los papeles de lado, se acercó más a Louisa y la miró a los ojos con la única intención de hacerle saber lo molesto que estaba. Lo único bueno que Erick había obtenido de su matrimonio con aquella mujer, eran sus hijos, los gemelos Lisa y Louis, unos niños adorables que llenaban la vida de Erick de luz y color. Desde que habían nacido, cinco años atrás, se había dedicado a cuidar de ellos con todo su amor y entrega, por lo que no iba a permitir que nadie se atreviera a insinuar lo contrario. De él podían decir que era un mal esposo, un empresario despiadado o lo que fuera…pero nunca un mal padre. —Espero que te des cuenta de la m****a que está saliendo ahora mismo de tu boca—le dijo a Louisa, controlándose para no hablarle demasiado alto, pues incluso con lo desagradable que era aquella mujer, seguía siendo eso, una mujer, y le debía algo de respeto—. Sabes muy bien que a mis hijos nunca les ha faltado ni les faltará nada, y no te voy a permitir que tú ni nadie… — ¡Eres un imbécil!—le gritó Louisa, interrumpiéndolo—. ¿Que nunca les ha faltado nada, dices? Bueno, eso puede ser cierto, pero ahora, con lo que has hecho, puedes jurar que el estilo de vida al que están acostumbrados será cosa del pasado. No hizo falta que mencionara los papeles para que Erick se diera cuenta de a qué se refería, así como tampoco hizo falta que nadie le dijera las verdaderas razones que impulsaban la furia de Louisa en aquel momento. Aunque en los primeros años de su relación ella había sido una mujer encantadora, con el paso del tiempo se había ido convirtiendo en una arpía amante del dinero, que encima había tenido el descaro de serle infiel a Erick, razón por la cual se habían divorciado. No obstante, parecía que Louisa seguía amando el dinero tanto como siempre lo había amado, por lo que no estaba dispuesta a aceptar que Erick se lo quitase, aun cuando estaba más que claro que ella no tenía ningún derecho sobre su fortuna. —Dos millones de dólares al año están más que bien para criar a dos niños—le dijo Erick, ahora un poco más calmado—. Con eso puedes darles de comer, cubrir gastos escolares, de vivienda, vacaciones… ¡Maldición, Louisa, puedes incluso enviarlos a la universidad con ese dinero! — ¡¿Y por qué no puedo administrarlo yo?!—chilló la mujer, más histérica con cada segundo que pasaba—. Se supone que soy su madre, se supone que soy yo quien debería manejar su dinero. —Ese es justo el detalle, Louisa, que el dinero es de mis hijos, no tuyo. Y te conozco lo suficientemente bien como para saber que, si no hubiera tomado la prevención de depositarlo en un fondo correctamente vigilado, te habrías encargado de despilfarrarlo en un abrir y cerrar de ojos. Es mejor así. — ¿Y qué pasa conmigo? ¿Qué pasa con mis necesidades? —Eres perfectamente capaz de trabajar, Louisa—dijo Erick—. Si quieres comprarte ropa, zapatos o lo que sea, tendrás que encontrar la forma de generar tus propias ganancias. Por la forma en la que Louisa se le quedó mirando, Erick confirmó que había dado, una vez más, justo en el clavo. Sin duda alguna Louisa había acudido con la única intención de hacerlo cambiar de parecer y convencerlo de que le dejara administrar la pensión vitalicia que le había dejado a sus hijos, todo para que ella misma no tuviera que perder el estilo de vida al que se había acostumbrado durante los diez años que había durado su matrimonio. La sorpresa que se reflejaba ahora en sus ojos, dejaba muy en claro que, a pesar de todo, hasta aquel momento Louisa había creído que podría salirse con la suya. Cosa que, por supuesto, no había pasado ni pasaría nunca. —Te vas a arrepentir de esto—le dijo Louisa después de un rato, señalándolo con un dedo—. Juro por mi vida que te vas a arrepentir de esto, Erick Miller. — ¿De verdad tienes el descaro de venir a amenazarme a mi propia casa? —No te estoy amenazando, claro que no—replicó ella, que había comenzado a alejarse poco a poco, en dirección a la puerta—. Te estoy prometiendo que te arrepentirás de lo que has hecho. Y cuando prometo algo, yo lo cumplo, Erick, de eso puedes estar seguro. Y sin más, se marchó, sin siquiera molestarse en llevar consigo los papeles. Furioso, dolido y profundamente triste, Erick se quedó mirando sin ver la puerta durante al menos veinte minutos seguidos, hasta que recordó que debía ir al trabajo y se puso en marcha. Al menos, se dijo mientras se colocaba el saco y tomaba su maletín, podía distraerse un poco con el trabajo, y así sacar de su cabeza la terrible sorpresita que aquella mañana le había obsequiado. *** Cuando su alarma sonó, Olivia no pudo sino maldecir su suerte. La noche anterior, quedarse hasta las tantas con la pantalla del portátil quemándole las pestañas no parecía mayor cosa, pero ahora que debía levantarse con solo dos míseras horas de sueño, acababa de comprender lo equivocada que había estado. Sin embargo, las sorpresas no acababan ahí, porque en cuanto pudo sacudirse el sueño que imperaba en ella, Olivia se dio cuenta de que no había sido despertada por su alarma, sino por el tono de llamada de su celular. Lo tomó de la mesita de noche, y en cuanto vio la hora y el nombre de quien la llamaba, empezó a maldecir para sus adentros con más fuerza todavía. — ¿Hola?—saludó al atender, tratando de que su voz no sonara demasiado culpable—. Señor Gallahan, sé que es tarde… —Estoy cansado, Olivia—le respondió su jefe al otro lado de la línea. En efecto, su voz denotaba a la perfección mucho cansancio—. Y como estoy tan cansado, solo te preguntaré algo. — ¿Qué cosa? — ¿Tienes idea de cuántas veces llegaste tarde este mes? ¿Llevas la cuenta, Olivia? —Pues…no lo sé—respondió Olivia, y como sabía perfectamente que esa no era una buena respuesta, soltó el primer número que se le ocurrió—: ¿Cinco veces, tal vez? Tras soltar una risita sarcástica y desganada que sepultó las esperanzas de Olivia, el señor Gallahan respondió: —Quince veces, Olivia. Y el mes solo tiene treinta días, lo que quiere decir que has estado llegando tarde durante la mitad justa del mes. —Señor Gallahan, yo… —Te llamaré cuando tu cheque de liquidación esté listo para que pases por él. Hasta luego. Después de eso, colgó. Con el teléfono todavía pegado a la oreja, Olivia se quedó mirando el techo por encima de su cabeza, tratando de descubrir cómo se sentía realmente. Era el tercer trabajo que perdía en menos de dos años, y aunque cualquiera podría haberse sentido deprimido estando en una situación como la suya, ella no sentía…nada. Simplemente se sentía vacía y desganada. Había llorado y sufrido tanto, se había sentido tan perdida, tan dolida y traicionada, que ya cualquier nuevo golpe de la vida le daba exactamente igual que el anterior. De hecho, lo único que le importaba en aquel momento era salir bien en el trabajo que había entregado hacía unas horas, para que así al menos no hubiera tenido que desvelarse y perder otro empleo en vano. — ¡SÍ! ¡ASÍ ES NENA, MUÉVELO, MUÉVELO CON FUERZA! Cuando la voz de Trina, su compañera de departamento, llegó hasta ella, Olivia no pudo hacer nada más que sonreír. Ante la perspectiva de pasar un día entero en casa junto a la que también era su mejor amiga, se sintió un poco mejor, así que se dio una ducha, se arregló un poco y se encaminó hacia la sala, a la que llegó justo a tiempo para ver cómo Trina, una rubia despampanante de un metro ochenta, hacía pilates junto con el video interactivo que se reproducía en el televisor frente a ella. — ¿Todavía sigues aquí?—le preguntó Trina cuando, en uno de sus movimientos, echó la cabeza hacia atrás y la vio parada detrás de ella—. ¿No se te hace tarde para ir al trabajo? Olivia no contestó, y como Trina la conocía lo suficiente como para saber interpretar de forma exacta sus silencios, en realidad no hizo falta. Con cara de pena, su amiga apagó el televisor y se acercó a ella. —Demonios, ¿te despidieron?—le preguntó. De nuevo, Olivia no habló, aunque esta vez se aseguró de asentir con la cabeza para responderle a su amiga. —Te desvelaste de nuevo, ¿no es cierto? —Era una tarea muy importante—replicó Olivia, quien no podía evitar defenderse, pese a que sabía que Trina no sería capaz de juzgarla—. Al menos me salió bien, o eso creo. —Seguro que sí, porque eres toda una genio—le dijo Trina, ofreciéndole una sonrisa conciliadora que calentó un poco el maltrecho corazón de Olivia—. ¿Y sabes qué? A la m****a ese trabajo. Estoy segura de que pronto conseguirás un nuevo y mucho mejor, y mientras lo haces, tú y yo vamos a pasar un día estupendo aquí en casa. Sin esperar una respuesta, Trina le regaló un efusivo abrazo y se encaminó hacia la cocina, dispuesta a preparar el desayuno. Tras sentarse en la barra para observar a su amiga, Olivia se preguntó a sí misma, una vez más, si tal vez sería buena idea seguir el consejo que Trina le había dado tantas veces. Se habían conocido un par de años atrás, cuando las dos habían comenzado a estudiar derecho, aunque solo Olivia había seguido con ello, pues su amiga, tras volver viral uno de sus videos de ejercicios y vida fitness, había decidido dedicarse por completo a las redes sociales y al dinero que éstas le podían generar. Pese a sus dificultades económicas, Olivia había seguido estudiando, mientras repartía su tiempo en trabajos esporádicos que a duras penas le daban lo suficiente; más de una vez, había estado tentada de probar lo mismo que Trina, pero al final siempre terminaba entrando en razón. — ¡A comer!—anunció Trina, poniendo sobre la barra una serie de platos muy variados, y por supuesto, muy saludables. Mientras comían, se dedicaron a charlar alegremente, hasta que Trina tuvo que retirarse para grabar algún video o algo parecido, por lo que Olivia se terminó el desayuno en soledad. Tras lavar los platos y dejar todo limpio, tomó el periódico de aquella mañana y se dispuso a revisar una a una todas las ofertas de empleo. Después de todo, si no tenía la habilidad ni el carisma que a su amiga la había ayudado a hacerse una carrera seguida por millones de personas en todo el mundo, debía buscar la forma de no terminar en la calle.—…Fracturadas dos costillas, además de una pequeña contusión y unos cuantos golpes que no tardaran demasiado en sanar. — ¿Está seguro, doctor? —Por supuesto, señor Miller. Le hemos hechos todos los exámenes al menos dos veces para asegurarnos. — ¿Y qué hay del…? —Tampoco se preocupe por eso. Su esposa es una mujer joven, fuerte y con bastante buena suerte. A cualquier otra en su condición no le habría ido tan bien luego de semejante salto a esa velocidad, pero ella salió bien librada. Aun en medio de los múltiples dolores que atacaban su cuerpo desde diferentes ángulos, en incluso a pesar de lo embotada que sentía la cabeza y los sentidos, Olivia fue perfectamente capaz de reconocer a la distancia la voz de Erick, que a sus oídos sonaba profundamente asustada. Sin embargo, no por ello se sintió inclinada a abrir los ojos, levantarse o hacer cualquier cosa que diera a entender que había recuperado el conoci
El chaleco anti balas era, tal vez, la prenda más incómoda que jamás le había tocado usar. Era rígido, pesado y picaba en los lugares más inoportunos, pero Erick no se quejó ni una sola vez. Para él, representaba el inicio de una victoria, el comienzo del trayecto que lo llevaría por fin a rescatar a su esposa y también a la madre de sus hijos. Si para lograr algo tan valioso como eso tenía que soportar un poco de incomodidad, estaba más que dispuesto. —Caballeros, nos estamos acercando al lugar del asalto—informó el jefe del equipo de detectives, quien era también el que iba al volante—. Por favor, recuerden el plan. Síganlo al pie de la letra y absténganse de hacer cualquier locura, al menos que quieran echar a perder toda la misión. No hubo necesidad de que lo nombrase para que Erick tuviera muy en claro que aquella última parte iba estrictamente dirigida hacia él. No le gustaba mucho la idea de que un detective retirado con ínfulas de militar le h
—Despierta, Olivia. Despierta, por favor. Al notar que le sacudían el hombro, Olivia abrió de golpe los ojos, pero se mantuvo tan quieta como pudo, decidida a fingir que estaba dormida hasta el último instante. Con toda la rapidez que le permitieron sus aún adormilados sentidos, hizo un repaso de la habitación y de sí misma, contando sus heridas y al mismo tiempo sus posibilidades de defenderse de nuevos ataques. Supo que eran muy pocas, incluso menos que antes, pero no dejó que eso la desanimara. Algo muy dentro de ella le decía que iba a salir de esa situación, que iba a estar bien; solo debía ser fuerte y valiente. —Olivia, ¿estás despierta? En esta ocasión, no le llamó la atención la sacudida en su hombro tanto como el tono de la voz que la apremiaba. Un poco más despierta, analizó y volvió a analizar la voz, tratando de descubrir dónde la había escuchado antes. —Olivia, soy yo, Louisa. Sorprendiéndo
— ¿Podría ponerlo de nuevo, por favor? Para Erick, aquellas simples palabras representaron una verdadera sentencia, el inicio de una terrible tortura que parecía no acabar nunca. Sintiendo el cuerpo pesado y el corazón acelerado, se levantó del sofá, caminó hasta el antiguo televisor portátil que habían conseguido únicamente para ese fin, y dio play al video en el pequeño botón del viejo DVD. —Permanezcan atentos, señores—pidió el detective—. Cualquier detalle, por pequeño que pueda parecer, podría llevarnos a descubrir el paradero de la señora Miller. A Erick, sin embargo, le había bastado con ver el video una sola vez para que las terribles imágenes se le quedasen grabadas a fuego en la memoria, por lo que apartó la vista y trató de escuchar lo menos posible. Contemplar cómo golpeaban a su esposa con una pistola y la obligaban a decir toda sarta de estupideces para presionarlo, era una de las peores experiencias que le había tocado vi
Cuando despertó, en un principio Olivia no recordaba nada de lo que había pasado. Creyendo que estaba acostada en la cama junto a Erick, se movió para buscar su calor, su cuerpo, y fue entonces, al notar la inusitada dureza bajo su cuerpo, que todas las imágenes acudieron en tropel a su cabeza, con tal fuerza que hasta incluso llegó a sentirse mareada y con nauseas. Abrió los ojos y se incorporó de golpe hasta quedar sentada, contemplando desde aquella posición la horrible habitación, sucia y desconocida, a la que había ido a parar. — ¿Hola?—llamó, sintiendo que su garganta raspaba como papel de lija—. ¿Hay alguien ahí? El silencio fue su única respuesta. Con las manos por delante de su cuerpo tanteó el aire para tratar de ubicarse un poco en medio de la semi oscuridad que lo cubría todo. Parpadeó varias veces para intentar que sus ojos se adaptasen al entorno, y fue entonces cuando reparó, con el corazón acelerado y el estómago encogido, en el cuerpo
El reloj dio por fin las doce de la noche, y Erick, con la mirada fija en él, sintió que su corazón, atenazado por el miedo, la angustia y la desesperación, se detenía abruptamente. Tal como había hecho las últimas tres horas, se dedicó a caminar de un lado al otro de la estancia, tratando de regular su respiración para no desmayarse. — ¿Y si llamas a su amiga o a sus padres?—preguntó Garrick, quien parecía estar agotando las ideas ofrecidas—. Tal vez…bueno, no sé, tal vez haya decidido abandonar el trato y esté con alguno de ellos. —Olivia no haría eso. —Pero… — ¡Ella nunca haría eso!—exclamó Erick, deteniéndose abruptamente para darse la vuelta y fulminar a su amigo con la mirada—. La conozco bien, y además…además ya llamé a su amiga y no sabe nada de ella desde que se reunieron hoy temprano. Sus padres no viven cerca, y llamarlos solo serviría para preocuparlos. Durante un momento pareció que Garrick s
Último capítulo