KATIA VEGA
Llegué a la casa de Marcos, Silvia me recibió con cortesía. Mi disfraz era tan perfecto que ni siquiera ella me reconocía. Acomodé todo en el despacho y esperé paciente. Cuando la puerta se abrió, giré para poder ver a Marcos, con ese gesto frío. Conteniendo su malhumor, se dejó caer en una de las sillas frente a mí.
—¿Qué pasa? ¿No era lo que querías? Vengo dispuesto a hablar… —dijo apretando los dientes. Parecía tener una lucha interna encarnizada.
—¿De qué quieres que hablemos? —pregunté sentándome aún con desconfianza.
—De ella… —contestó con melancolía y aga