KATIA VEGA
Salí del departamento dejando a mis hijos con la abuela, necesitábamos provisiones y no solo eso, tantos días de encierro me estaban volviendo loca. Sentía que el aire me faltaba y los niños no ayudaban. Daniela y Paula lloraban más que otras veces y Samuel estaba más berrinchudo. Esto se estaba volviendo tan complicado, la única que parecía mantener la calma era mi abuela, quien siempre encontraba una manera nueva de distraer a mis pequeños e incluso a mí.
Compré algo de fruta fresca, verduras y carne, esa era mi verdadera distracción por el momento, la cocina. Después de pagar y ofrecerle una sonrisa al vendedor, me dirigí por un pasillo largo y empedrado de regreso al departamento, cuando me sentí… ¿extraña? Una incomodidad profunda