ANTONIO LARREA
La llevé hasta el corazón del bosque y esperamos tranquilamente, era cuestión de tiempo para que la primera víctima llegara. Aunque no le había dicho nada con exactitud, Emilia parecía suponer lo que pasaría y no dejaba de mostrarse nerviosa. —¿Qué hacemos aquí? —preguntó en un susurro.
—Esperar… —contesté y de inmediato llegó un pequeño cervatillo, caminando entre la maleza, pescando algunas hojas—. Un arma no es un juguete, Emilia, y debes de estar consciente para qué sirve, para que tengas un juicio más exacto y las ocupes bajo tu propia responsabilidad.
—¿Cómo? —Sus ojos se llenaron de brillo y noté ese pequeño temblor en