El aire dentro del despacho de Kamill Becker se volvió pesado cuando el informe llegó a sus manos. El líder de la Mafia Rusa no necesitó leer más de dos líneas para darse cuenta de lo que había sucedido: la entrega en Miami había sido un desastre. La mercancía nunca llegó a su destino.
Un silencio sepulcral se apoderó de la habitación. Nadie osaba respirar, la crueldad de Kamill no había sido puesto a prueba aun, pero nadie quería ser su víctima.
Kamill dejó el informe sobre su escritorio de caoba negra y se puso de pie con una calma engañosa. Sus ojos verdes fríos y asesinos recorrieron a los hombres reunidos frente a él.
—¿Quién fue? —preguntó con voz contenida, pero su tonada dejaba en claro el peligro en él.
Sus subordinados se miraron entre sí, dudando en hablar.
—Aún no lo sabemos, señor —se atrevió a responder uno de ellos—. Los informes sugieren que fue un grupo bien organizado, pero no dejaron rastro.
Kamill entornó los ojos y respiró hondo, controlando el impulso de descarga