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Capítulo 3. Un trato con el diablo

—Bienvenida—, dijo Félix cuando la limusina finalmente llegó a la mansión Lancer. 

Ximena levantó la mirada para ver esa gigantesca mansión que ahora sería su nueva prisión. Ella no era libre, solo había cambiado una celda fría por una más cómoda. 

—Te voy a dejar las reglas claras desde el primer día—, dijo Félix—, Número 1: No puedes salir sin mi permiso. Número 2: Te pondrás la ropa que yo diga, cuando yo diga, y como yo diga. Y número 3: Tienes que sonreír siempre. 

Ximena arqueó las cejas y frunció el ceño sin decir una sola palabra. 

—¿Entendiste?—, preguntó Félix. 

—Si... 

Félix la tomó de cabello y le dijo con rabia: 

—A partir de hoy te vas a referir a mí como “señor”, ¿Entendiste bien? 

—Si, si... Señor. 

Ximena estaba muy asustada. Pero, nada le asustaba más que volver a esa prisión en dónde había sufrido tanto. 

—Perfecto. Ahora solo sonríe y saluda a todos, como si fuera el día más feliz de tu miserable vida—, ordenó Félix. 

Decenas de empleados de la mansión se habían colocado en formación elegante para recibir a la nueva señora Lancer.

—Bienvenida a la mansión Lancer—, dijo la señora Gertrudis. Ella era la ama de llaves de la mansión. 

La señora Gertrudis le entregó un hermoso regalo en las manos a Ximena, y así siguieron llegando los regalos uno tras otro. Ximena apenas podía caminar por la herida de la cesárea, pero se esforzaba mucho para no demostrar el dolor y fingir una sonrisa. 

—¡Basta de regalos y cursilerías!—, gritó Abigail Lancer, la hermana de Félix. 

Todos se detuvieron de inmediato, hasta el chófer privado de la mansión que estaba a punto de entregar su regalo en las manos de Ximena. 

—Solo es una de las esposas trofeo de mi hermano, no es la reina de Inglaterra—, dijo Abigail.

Ximena se sentía incómoda. No sabía cómo reaccionar ni mucho menos que decir. Así que extendió su mano de manera gentil. 

—Mucho gusto. Tú debes de ser Abigail—, dijo Ximena.

—Sé perfectamente quién eres tú—, respondió.

Abigail no estrechó la mano de Ximena, solamente la miró con indiferencia y siguió gritando al personal. 

—Todos, regresen a sus puestos de inmediato si no quieren que los despida ahora mismo.

En ese momento apareció un hombre bastante apuesto y con un traje muy elegante y costoso. Se trataba de Fernando Lancer. El hermano menor de Félix, y uno de los empresarios más exitosos del país. 

—¿Nunca dejas de gritar, hermanita? Puedo escuchar tus gritos desde GIGA CORPORATION—, dijo. 

Fernando se acercó a Ximena y estrechó la mano que Abigail había rechazado hace unos segundos. 

—Mi nombre es Fernando, y estoy para servirte en lo que quieras, cuñada. 

—Mucho gusto—, respondió Ximena, feliz de que al menos alguien de la familia Lancer la estuviera tratando como persona. 

—Se acabó la reunión familiar. Es hora de ir a tu habitación—, ordenó Félix. 

La mansión Lancer era un sueño hecho realidad, y Ximena lo sabía muy bien. Pasaba sus manos sobre las esculturas del pasillo para sentir el mármol. 

—Aquí vas a dormir...—, dijo Félix, mientras que Ximena entraba en una lujosa habitación. 

—Si, señor. 

—Tienes todo lo que necesitas. Nos vemos mañana.

Félix cerró la habitación con llave y se marchó dejando a Ximena allí encerrada.

Al día siguiente, un empleado abrió la puerta como se lo había ordenado Félix el día anterior. Ximena tenía el permiso de Félix para salir a tomar el sol en el jardín. 

—¿Quién eres? ¿Dónde está Félix?—, preguntó Ximena. 

—Soy Fausto. Soy el mayordomo. El señor me ordenó que la dejara salir por un par de horas. Él se encuentra en una importante reunión de negocios. 

—Muchas gracias. 

—La espero en 5 minutos en el salón principal para desayunar. 

El desayuno fue delicioso. Los olores y sabores de la comida era algo que Ximena casi había olvidado por comer tanta basura en esa prisión. 

Se acostó en la silla extensible y sintió la exquisita sensación del sol quemando su piel junto a la piscina. Todo era perfecto, hasta que Abigail interrumpió su paz repentinamente.

—¿Qué crees que estás haciendo?—, preguntó Abigail.

—Estoy tomando el sol—, respondió Ximena confundida. 

—Es el colmo. Mientras mi hermano está trabajando, su esposa holgazán no hace absolutamente nada en la casa—, dijo—, No lo voy a permitir. 

Abigail la llevó hasta el interior de la mansión y le dió implementos de limpieza para que limpiara todo el salón principal. 

—No creas que por ser la esposa trofeo de Félix, eres especial. Tienes que pagar los platos de comida que gastamos en ti. 

Ximena solamente asintió con la cabeza, mientras sostenía esa cubeta con agua y una esponja. 

—Quiero el piso reluciente para cuando regrese. 

—Si, Abigail. 

—Soy la señorita Lancer, para ti—, rectificó rápidamente. 

—Si, señorita Lancer. 

Ximena se arrojó al suelo sobre sus rodillas y comenzó a tallar como pudo. El dolor de su cicatriz era fuerte y punzante. 

Miró hacia la entrada del salón y notó que alguien se acercaba a ella. Por un momento pensó que se trataba de Abigail. Seguramente había olvidado algo, o aún no estaba lo suficientemente conforme con la humillación que le había causado. 

Pero, al mirar nuevamente de reojo, notó que se trataba de la señora Gertrudis. Esa amable ama de llaves que le había regalado un lindo vestido el día anterior. 

—Si usas la aspiradora y mi ayuda, terminarás mucho más rápido—, dijo. 

—Señora Gertrudis. Lo siento mucho, pero no puedo aceptar su ayuda. No quiero ocasionar que la despidan. 

—No te preocupes. Conociendo a la señorita Lancer, seguramente está fastidiando al personal de seguridad. 

Ximena sonrió y aceptó la ayuda de la señora Gertrudis. 

—¿Por qué es tan buena conmigo?—, preguntó Ximena un poco intrigada. 

—El señor Félix ha tenido 5 esposas antes de ti, querida, y por ser una vieja cobarde no ayudé a ninguna de esas pobres chicas. Es por eso.... 

Las palabras de la señora Gertrudis dejaron a Ximena en shock. Ella no tenía idea que fueran tantas esposas trofeos. 

—¿Por qué tantas? ¿Y dónde están?

—Nadie sabe dónde están. Solamente desaparecen. El señor Félix solo les da un plazo de un año para que puedan darle un hijo, pero ninguna lo ha logrado. Así que, solamente... Desaparecen.

—¿Ninguna ha podido darle un hijo? Pero, eso es ilógico. Seguramente Félix es infértil.

—¡Silencio!—, Gertrudis le tapó la boca a Ximena—, Si quieres seguir con vida, nunca vuelvas repetir eso en ésta mansión—, susurró.

—Eso quiere decir que yo también... Voy a desaparecer. 

La señora Gertrudis no respondió nada. Quizás, no supo qué decir en ese momento. Solamente siguió limpiando el piso en silencio.

En un hotel de lujo en las afueras de la ciudad, Félix se levantaba de la cama para servir una copa de vino para él y otra copa para su acompañante. 

—Es la mejor despedida de solteros que me han dado en la vida—, dijo Félix. 

Se acercó a la cama con las dos copas y la entregó en la mano de esa mujer. 

—Solo soy una mujer con grandes aspiraciones de un puesto importante en GIGA CORPORATION—, dijo Adelina tomando la copa que Félix le estaba entregando. 

—Siempre debes pensar en grande...—, Félix la tomó por la cintura—, Si sigues siendo tan eficaz, quizás llegues a ser mi siguiente esposa—, dijo.

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