A la mañana siguiente, en Italia.
Valentina Suárez apenas se había levantado cuando vio entrar a su madre adoptiva, con el rostro algo complicado.
—Mamá, ¿qué pasa? —preguntó levantando la cabeza.
La mujer dudó unos segundos antes de decir en voz baja:
—Desde Chicago me enviaron un mensaje. Es de Adrián Herrera, me pidió que te lo transmitiera.
Valentina se sorprendió, pero enseguida respondió con frialdad:
—No quiero escucharlo.
Su madre la miró fijo.
—¿Estás segura?
La verdad, cuando lo oyó por primera vez también le pareció absurdo:
Adrián estaba enfermo, cáncer en fase terminal. El médico sugirió un trasplante con células madre, pero él había dicho que, a menos que Valentina aceptara darle un hijo, no se trataría.
Una especie de chantaje, poniendo su vida en la balanza para obligarla a volver.
En un inicio, la madre quiso callarlo, pero después de pensarlo abrió la boca:
—Esto tiene que ver con una vida. ¿De verdad no quieres saber?
Valentina no dudó ni un instante.
—Ya lo dije, no