Daniel.
—Lo juro. —susurra correspondiendo a mi súplica con la misma crudeza y euforia que yo siento.
El marrón achocolatado de sus ojos resalta bajo la tenue luz de la bombilla. Hay tanta convicción en ellos, que mi rabia amenaza con disiparse, haciendo que el fuego ardiente de mi constante molestia me carcoma por dentro ante la extraña sensación que me produce.
Freno mis instintos antes de sucumbir a las ganas que tengo de tomarla por el cuello, acercar su delicado rostro al mío y exigirle que repita lo que acaba de decir. Pero con tenerla acorralada entre mi cuerpo y la mesa de escritorio, basta para lo que debo hacer.
—No quiero que nadie más sepa de esto, Evans.
Asiente rápidamente escaneando mis ojos sin perder detalle. —Lo entiendo.... Pero ¿qué dice la nota?...
Respiro hondo abanicándole el rostro con mi aliento. La veo retener un estremecimiento aferrándose al borde de la madera contra la que está acorralada, y yo reprimo otro cuando percibo que lucha contra nuestra cercanía.
—Eso no es de su incumbencia.
Se le arrugan las cejas dándole un tinte molesto a su rostro. —Lo es si me acusa de tener que ver con algo que ni siquiera entiendo.
Tiene razón, pero no por ello le voy a develar mi vida y todos mis secretos. Es demasiado curiosa para su propio bien. Es resiliente y audaz, y justo por esa razón es que nos encontramos en este escenario, donde ni siquiera es mi culpa que estemos así, sino suya por corresponder a este extraño magnetismo que flota entre los dos. Algo a lo que pienso ponerle arreglo justo ahora.
—Tiene la manía de ser todo aquello que no debe, y su insolencia ya alcanzó mi límite. —sueno tan serio como me lo propongo. —Entienda su lugar y no opine sobre cosas que no tienen nada que ver con usted. No se meta, Evans, o su insignificante vida pendiendo de un hilo será el menor de sus problemas.
—¿Tan peligroso es quien le escribió ese papel?
—Nunca dije que tendría que protegerse de él. —bajo mis ojos a la altura de los suyos, al mismo tiempo nuestras narices casi se tocan y nuestros labios casi se rozan. —Soy su peor enemigo, Evans. Y ya me está hartando tener que recordárselo a cada tanto.
—No, no lo es...—la muy testaruda ni siquiera duda antes de abrir la boca. —O de lo contrario no me hubiera pedido que le jurase mi lealtad con tanta desesperación.
—No sabe lo que dice. —siseo cada palabra sin dejar de mirarla. —No la quiero husmeando en mi vida. No me conoce, y lo que acaba de presenciar no es una invitación a hacerlo.
La ira se arremolina en sus delicados rasgos y solo pasa medio segundo antes de que sucumba a ella y me empuje por el pecho poniendo una distancia prudente entre nuestros cuerpos.
—Entonces revísese, porque justo así se oyó.
Me da una larga mirada repleta de las emociones que tiene a flor de piel, luego se aleja y sale echa una fiera de la oficina dejándome solo. Entonces, la rabia que sentí al leer la nota sale a flote. Barro con todo lo que hay en el escritorio tirándolo al suelo. Lo golpeo con el puño haciendo trizas mis nudillos, pero el infierno que traigo dentro me impide sentir dolor, así que lo hago una y otra vez hasta que la mano me sangra de forma alarmante.
—¡Santo cielos, Daniel!
Levanto la mirada hacia la puerta que Evans tan indiscretamente dejó abierta. Yaneth se encuentra de pie justo en la entrada con expresión escandalizada y una maldita mueca de preocupación que no necesito.
—Lárgate...
—¿Qué estás haciendo? —susurra ignorando mi pedido.
—¿No me estás oyendo? No te quiero aquí, Yaneth, vete...
Hace todo lo contrario entrando rápido y viniendo donde estoy. —¿Por qué te haces esto? ... Por Dios, mírate...
—¡Qué te largues! —le gruño en la cara.
Me da una mirada lastimada, pero no se va, sino que busca la forma de acercarse más a mí.
—No me iré, al menos no hasta que te cure esto...
Hace el intento de tocarme, pero se lo impido tomándola por la nuca, hundo mis dedos en su cabello y lo aprieto con fuerza para que me mire bien.
—¿Qué parte de que te largues no entiendes? —murmuro rabioso y molesto a partes iguales.
—No me asustas. Si quisieras lastimarme ya lo hubieras hecho, así qué deja de hacerte el macho y permite que te cure.
La estúpida no entiende razones, y no estoy de humor para enseñarle, así que la suelto con un movimiento brusco que la hace dar varios pasos hacia atrás, y como no me apetece seguir viendo su cara de víctima, ni la de nadie, soy yo quien empieza a caminar fuera de la oficina y la deja sola diciendo un montón de cosas que me importan una m****a ahora mismo.
Tengo la ira y la energía suficientes para destruir toda la maldita base, es por eso que no correspondo a ningún saludo ni miro a nadie en el camino que me lleva hasta mi auto. Subo antes de que a algún imbécil se le ocurra venir a hablarme y termine con la nariz rota, o con un tiro entre ceja y ceja. Enciendo el motor y empiezo a conducir fuera del plantel sin tener muy claro a dónde quiero ir, solo sé que necesito irme lejos.
Una hora después estoy frente a ellas, y lo que más me jode es que ni siquiera lo planee. Mi subconsciente me trajo aquí, y no tengo a nadie a quien culpar de eso.
Ni siquiera les traje flores. Es la primera vez que vengo con las manos vacías. Al recordar ese hecho, siento el peso casi nulo del papel dentro de mi puño ensangrentado descubriendo que no vine del todo vacío.
Abro la nota ahora manchada por mi sangre y leo por segunda vez las palabras que despertaron todo aquello que he tratado de mantener oculto por tantos años.
(Tres balas a la cabeza y una al corazón. ¿Qué se sintió verlas morir?
¿Me buscabas?… Me encontraste. Ahora juguemos, Daniel.)
Vuelvo a arrugar el papel dentro de mi puño casi destrozado y me siento en medio de las dos lápidas. No hace tanto que estuve aquí. Vine un día antes de volver a la base, y cada día durante el mes de vacaciones que tomé. Sin embargo, la sensación es la misma. Dolor, culpa, rabia, pena y soledad. Eso es todo lo que siento desde que ellas murieron.
Mamá siempre decía que el destino tenía una forma muy curiosa de jugar sus cartas, y resulta que el maldito jugó en mi contra. Tenía dieciséis años cuando mi madre y mi hermana mayor fueron asesinadas. Yo estuve ahí, presencié todo, y fui el único sobreviviente. Supuestamente fue un atentado en contra de mi padre como parte de una venganza que lo perseguía por destruir un cartel en sus años de capitán, pero ni siquiera el mismo coronel se cree esa porquería. Algo más pasó, lo sé, y es por eso por lo que sigo indagando.
Sé que no puedo ofrecerles una paz ensuciada por la venganza. Por alguna razón estoy seguro de qué ellas están en paz, pero yo no. Necesito saber que pasó, yo necesito un cierre, porque no sé de qué otra manera podré dejar de revivir sus horribles muertes en mis malditas pesadillas.
El tiempo pasa, pero no sé la hora que es porque he tejado mi teléfono en la oficina. Cuando siento que es lo bastante tarde, conduzco de vuelta a la base, y una vez llego, me dirijo a la enfermería para tratarme la mano.
—Tienes que dejar de usar tu cuerpo para descargar tu ira. Si continúas haciendo eso, llegará un momento en el que mis remendadas no te servirán de nada.
Escucho atentamente las palabras de Lilith, pero hoy no tengo la paciencia para responderle.
—¿Ya terminaste? —pregunto al ver que se tarda más de lo debido con la parte de la venda.
—Ya casi.
Reprimo las ganas de gruñirle y hacerlo yo solo, pero eso me metería en más problemas, y ya tengo suficientes archivados.
—No me hiciste caso. —dice bajito y concentrada en lo que hace. —Te lo advertí y no me escuchaste, ¿por qué?
—No tengo idea de lo que hablas, anciana.
—Lo sabes, así que no finjas que no entiendes de lo que hablo.
—Tendrás que ser más específica.
Levanta la mirada un segundo solo para mirarme mal.
—La niña. ¿Por qué hiciste que fuera tu secretaria?
—Necesitaba un escarmiento y el puesto estaba disponible. —respondo de mal humor.
—Porque nadie te soporta como para aguantar más de una semana...
—Estás equivocada. Yo los despido por ineptos.
—Ya ha pasado una semana... —dice rápido. — ¿por qué no la despides a ella?
—Porque es cinco por ciento menos inepta que los demás.
Suspira como si estuviera cansada de escucharme hablar y termina el trabajo con mi mano. El vendaje está apretado, pero justo así es como lo necesito, por eso vengo con ella siempre que me lastimo, aunque sea un auténtico dolor de cabeza.
—Parece una buena chica. Es noble y cariñosa. ¿Sabes lo que pasaría si llegas a pasar la línea?
La miro sin ocultar mi repugnancia por el terreno al que pretende entrar.
—¿Qué demonios insinúas, Lilith? ... ¿Crees que hago esto porque me gusta la recluta?
—Se perdería en tu mundo. Tu oscuridad la consumiría y terminaría hecha pedazos. —se responde a si misma su pregunta anterior, y para colmo me mira a los ojos como si estuviera dándome un sermón de vida, que, por cierto, no le pedí.
—Hablas de ella como si fuera una niñita débil que no sabe a lo que se enfrenta cuando está conmigo.
—¿Y no es así?
—¡No! —alzo la voz harto de aguantar su palabrería sobre Evans. —Es una entrometida irrespetuosa que me desafía cada que tiene la oportunidad. No sabe medir lo que dice y ha cultivado la manía de inmiscuirse en mi vida como si tuviera el derecho para hacerlo. No soy yo quien la consumirá con mi oscuridad, es ella quien no deja de atraerla.
—Entonces tengo razón... —dice despacio recolocando algunos utensilios.
—¿Razón en qué? —me bajo de la camilla en la que estaba sentado y me acomodo la camisa dispuesto a irme.
—Algo te asustó de ella, por eso la hiciste tu secretaria. Sigues con esa idea de que a los amigos hay que tenerlos cerca, pero más a tus enemigos. Pero, ¿y si ella no es tu enemiga?
Aprieto los dientes negándome a aceptar tal cosa. —Lo es, ¿o si no como interpretarías todo lo que me hace?
—¿Qué? —se apresura a decir. —¿Qué te causa curiosidad, te hace cuestionarte y atrae tu atención sin esfuerzo?
Pongo todas mis fuerzas en frenar las palabras que quiero decir, porque acabo de entender a donde quiere llevar esto, y no le daré el gusto de exhibirme por una razón tan patética como lo es Evans.
—Esta conversación terminó. —sentencio.
Me encamino a la salida más molesto de lo que llegué, y todo porque la muy entrometida se empeña en hacerme la vida imposible incluso cuando no anda cerca.
—No olvides tomarte los medicamentos. —dice la anciana mientras me marcho.
Vuelvo a mi auto igual de molesto que más temprano. Las razones son totalmente diferentes, pero ambas comparten el mismo origen: Evans.
***
Su presencia amenaza con hacerme perder el hilo de lo que estoy haciendo. He trabajado en este plan de entrenamiento por casi un mes, y resulta que no puedo terminarlo porque la tensión que hay entre mi secretaria y yo, no me deja concentrarme.
Han pasado alrededor de dos semanas desde que le exigí que no se metiera en lo que no le importar, y desde entonces a penas me dirige la palabra. Trabaja duro, es puntual, responsable y bastante lista. Desde que es mi secretaria, no hay margen de error en mi trabajo. Todo lo contrario, en lo que a nuestra interacción se refiere.
La descubro mirándome de vez en cuando, justo como ahora. Hay un brillo peculiar en sus ojos, impulsado por la molestia que siente hacia mí. Le sostengo la mirada a espera que diga alguna estupidez, pero todo lo que hace es ponerse de pie y tomar sus pertenencias.
—Ya terminé el informe, señor. Si me permite, me gustaría retirarme.
Arrugo el gesto y veo la hora. Cuando lo hago descubro que son pasadas de las 7:00pm. Siempre le permito irse antes de la hora de cenar.
—Aún no hemos terminado. —reviso la oficina en busca de algo más que pueda hacer mientras ella todavía está aquí.
—¿Qué otra cosa necesita? —lo raro no es que lo pregunte, sino la manera dócil y educada en la que habla.
La miro un tanto confundido. —¿Qué? .... ¿No va a reclamarme ni nada?
Niega despacio con un gesto serio y modesto. —No señor. Dígame que necesita.
Algo parecido a la molestia se enciende dentro de mí, y esa es razón suficiente para aplicarle otro castigo.
—Necesito que lea los documentos que envió el teniente Tanner. Revíselos y haga un informe claro y detallado de su contenido.
Abre mucho los ojos en dirección a la montaña de papeles amontonados en una esquina de mi escritorio. Luego me mira a mí de esa manera que acredita unas buenas nalgadas.
—Pero son demasiados, señor. —el brillo desafiante de sus ojos se activa y disfruto la satisfacción que me produce verla sacando las garras. Está molesta. —Me llevará toda la noche hacer lo que me pide...
—Lo sé. ¿Tiene algún problema con eso?
Me mira con ira y espero el momento en el que explote y me mande al carajo como solía hacer, pero eso no es lo que pasa. Cierra los ojos un segundo y luego respira profundo. Cuando los vuelve a abrir, ya no está esa mirada desafiante y molesta. Siento una punzada de decepción que amortiguo con la satisfacción de saber que se quedará a hacerme compañía toda la noche en contra de su voluntad.
—Ninguno, señor. Ya me pongo en ello.
Toma los papeles de mi escritorio y los lleva a su lugar de trabajo. La observo todo el tiempo en busca de esa chispa descarada que la caracteriza, pero en ningún momento cambia su semblante serio y concentrado. Se pone manos a la obra y no dejo de verla en ningún momento. Incluso espero que se percate de ello y me lo eche en cara, pero ni siquiera parece darse cuenta.
—Tú y yo tenemos que hablar muy seriamente, idiota... —Francis irrumpe en la oficina sin tocar y sin percatarse de que no estamos solos. —¿Cómo es eso de que no fuiste a tu cita con la psiquiatra?
Si pudiera cerrarle la boca de un puñetazo ahora mismo lo haría. —¿Podrías bajar la voz?
—¿Te molesta el timbre de mi voz? Muy bien... —apoya ambas manos en el escritorio y me mira fijamente. —A mí me molesta tu falta de responsabilidad para con tu salud, imbécil. Imagínate la magnitud de mi problema...
—Francis...
—¿Qué?
—Compórtate y controla la m****a que sale de tu boca. No estamos solos. —Hago un gesto con la cabeza hacia el lugar de trabajo de Evans, quien no muestra ni el menor interés en nuestro intercambio.
—¿Qué hace ella aquí? —pregunta mi primo mirándome mal. —Ya debería estar cenando con sus compañeros.
—Está trabajando, ¿estás ciego? —me molesto por su intrusión en asuntos que solo me compete decidir a mí.
—La hora laboral de los reclutas terminó hace más de una hora, Daniel. La pobre chica debe estar hambrienta.
—La pobre chica está ahí y tiene una boca con la que puede defenderse. —replico todavía más molesto.
—Evans, vaya a cenar y luego vuelva a terminar lo que sea que esta monstruosidad le haya encargado.
Evans levanta la cabeza de los papeles y mira a Francis con ojos esperanzados. —¿Puedo hacer eso, señor?
—Claro que sí. —responde mi primo muy amable mientras yo me aguanto las ganas de estamparle la cara en el escritorio. —Vaya, mi primo y yo aprovecharemos para ponernos al día. —mastica las últimas palabras con disgusto mientras me mira.
—Capitán... —empieza a decir la chica.
—Vaya. —digo sin mirarla. —Pero más le vale que vuelva inmediatamente se llene el estómago.
—Sí, señor. —toma sus cosas en tiempo récord y sale casi corriendo de la oficina.
Una vez cerrada la puerta tras ella, Francis deja relucir el apellido que nos convierte en familia.
—¿Qué haces?
—¿Qué hago de qué? —sigo tecleando en el ordenador como si no estuviera aquí.
Me cierra el aparato en la cara con más fuerza de la necesaria y me enfrenta más serio de lo que estoy acostumbrado a verlo.
—¿Qué sucede con Evans?
—¿Por qué tendría que suceder algo entre la recluta y yo? —replico con desinterés.
—No soy estúpido, Daniel. —aprovecha y toma asiento justo frente a mí. —Suelta lo que sea que te traes en manos con esa chica.
—No me traigo nada entre manos, idiota. Trabaja para mí, es su castigo y veo que lo cumpla.
Alza las cejas sin creerme un carajo. —¿Y su castigo también incluye pasar tiempo extra contigo?
<Sí.> Pienso, pero me muerdo la lengua.
—Ya te dije que está trabajando. —gruño de mala gana. —Lo que sea que te estés imaginando, sácalo ahora mismo de tu fea cabeza...
—¿Me prometes que no sucede nada con Evans?
Asiento seguro. —Deja de hablar estupideces.
—Eso es un no, y me parece bien, porque acabo de cometer un grave error. —dice, y a penas empiezo a notar su estado acelerado y nervioso. —No lo planee, te lo juro. Ni siquiera sé cómo pasó…
—¿Qué hiciste, idiota? —increpo empezando a tomarlo en serio.
Se levanta de la silla y se estruja el rostro frustrado, luego me mira preocupado y sé que está a punto de decir alguna estupidez.
—Besé a su mejor amiga.