24.
Daniel.
Ni siquiera lo pienso. Salto el espacio que nos separa en dos zancadas, y antes de que pueda arrepentirse la tengo empotrada con el pecho contra la pared y su espalda pegada a mi pecho. Dibujo la silueta de su cuerpo con mis manos desde la altura de sus pechos hasta el inicio de sus piernas sintiendo cada curva y cada relieve a pesar del uniforme que trae puesto.
Ella gime disfrutando de mi exploración sin saber que me estoy conteniendo para no sacarle la ropa y volverla m****a. Incluso lo puedo ver si cierro los ojos; desnuda, sudorosa, con la respiración agitada, los ojos cerrados, los labios entreabiertos y la espalda arqueada. Una obra maestra que me muero por recrear.
—Te has portado muy mal, gruñoncita...
No le doy oportunidad para que me conteste. Enseguida la tomo del cuello y levanto su cabeza llevándola hacia atrás para obtener acceso a sus labios. Así, de espalda contra mí, cubro su boca con la mía y a ambos se nos escapa un gemido. No sabía que ansiaba tanto te