El pasillo del hospital está casi en silencio, roto solo por el sonido lejano de un monitor cardíaco y el ruido de un carrito de enfermería al fondo.
Las luces blancas, frías, hacen que el lugar parezca suspendido en el tiempo.
Lucy camina junto a Sawyer, su mano rozando la de él de manera casi imperceptible.
No es un gesto casual, sino una necesidad de sentir que está ahí, real, después de la cirugía, después del triunfo de Erzon, después de la avalancha de emociones de los últimos días.
Cada paso hacia la oficina de él es un pequeño alivio, una promesa de privacidad y calma, de poder dejar las máscaras de profesionalismo afuera por unos minutos.
—Adelántate, voy a ver a Quinn rápido. —le dice Sawyer.
Ella asiente y le regala una dulce sonrisa.
Lucy respira hondo, sintiendo que, tal vez, por fin puede bajar la guardia.
Pero entonces, la voz de Justin rompe el aire como un bisturí, afilada y cargada de algo que no puede identificar de inmediato.
—Te lo vuelvo a decir, va a ser div