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Alessia abrió la caja, y un rico aroma herbal llenó el aire. Dentro había siete pastillas negras del tamaño de un pulgar, ordenadas con esmero.

—Abuela, son siete pastillas en total, una por día. Mientras persevere y tome una cada día durante una semana, la condición de su pierna mejorará —explicó Alessia.

—Está bien. Sia, eres tan considerada —la abuela Carter sonrió como una margarita en flor y pidió a un sirviente que trajera agua.

—Abuela, ¿quiere tomarla ahora? —preguntó Alessia.

—Por supuesto, si mi nieta preparó la medicina, debo tomarla de inmediato —dijo la abuela con orgullo y naturalidad.

El calor en los ojos de Alessia se intensificó mientras añadía:

—Esta medicina sabe un poco amarga.

—¿Amarga, eh? —la abuela frunció el ceño como una niña a la que no le gusta lo amargo, pero enseguida pareció decidirse—. Aunque sea amarga, seguiré tomando la medicina que mi nieta hizo. Matilda, trae un poco de fruta.

La criada, Matilda, dudó.

La abuela Carter la fulminó con la mirada, y M
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