La casa está en penumbra. Isabella no ha querido abrir las cortinas desde que Emma desapareció.
Cada rincón parece más frío, más ajeno. Sus manos tiemblan al tocar la pequeña almohada con orejas de conejo que su hija llevaba consigo a todos lados. Se la encontró abrazada a una esquina de la cama, como si Emma hubiese intentado resistirse. Como si hubiese dejado una parte de su alma allí.
—Mi niña... —susurra Isabella, y su voz se quiebra. Aprieta la almohada contra su pecho, respirando su aroma desvanecido, como si eso pudiese devolverle a su hija.
Valentina le ha insistido que coma, que duerma. Pero Isabella no puede. El mundo dejó de girar. Solo existen los recuerdos, la culpa, el miedo. Gael y Liam apenas hablan. Alexander ha intentado ser fuerte, pero cada vez que la mira, se ve reflejado el mismo infierno en sus ojos.
La puerta del dormitorio se entreabre. Es Alexander. Sus ojeras son profundas, su expresión devastada. Pero se acerca en silencio, se sienta a su lado.
—No voy a d