El aire fresco de la mañana acaricia sus rostros mientras caminan hacia la entrada de la escuela. Isabella sostiene con fuerza la mano de Emma, como si al soltarla pudiera perder algo más que un simple contacto físico.
A su lado, Alexander carga las mochilas de campamento de los trillizos con una sonrisa divertida.
—Mamá —se queja Liam, tirando suavemente de su mano—. Nos vas a aplastar.
—Lo siento, cariño —murmura Isabella, soltándolo a regañadientes.
Alexander se acerca y pasa un brazo protector sobre sus hombros.
—Van a estar bien —le susurra al oído—. Prometo que se van a divertir tanto que no van a querer volver a casa.
Isabella respira hondo, luchando contra la punzada de ansiedad que le atenaza el pecho. Nunca antes había estado separada de ellos por tanto tiempo.
Una noche de pijamada con amigos era una cosa. Un fin de semana entero de campamento, era otra muy distinta.
—Y si no me divierto, ¿puedo llamar a los bomberos? —pregunta Gael con seriedad, frunciendo el ceño.
Alexan