La noche ha caído como un manto espeso sobre la ciudad. En el interior del pequeño departamento de Valentina, la luz es tenue, apenas la suficiente para delinear los contornos de los muebles y la figura del hombre sentado en su sofá.
Henry juguetea nerviosamente con un vaso de whisky entre sus dedos, la mirada fija en un punto indefinido del suelo.
Valentina, sentada frente a él, lo observa en silencio, dándole espacio.
No es la primera vez que lo ve así: contenido, casi a punto de desbordarse, como un dique agrietado que se resiste a romperse.
Finalmente, Henry suspira, un sonido cargado de un cansancio que parece pesarle en los huesos.
—¿Sabes qué es lo más jodido de todo esto? —murmura, la voz rasposa, quebrada.
Valentina inclina la cabeza, alentándolo sin presionarlo. Llevaban un buen tiempo hablando. Un tiempo en el que Henry se había abierto a ella como nunca lo había hecho con nadie más.
Henry no tenía ni idea de cómo, o por qué se había dado la conversación. Lo único que sup