El sonido de las notificaciones no cesa. Isabella observa la pantalla de su teléfono como si fuera un enemigo. Cada nuevo mensaje, cada alerta, es un golpe seco en el pecho. No quiere mirar, pero lo hace. Contra su voluntad, sus ojos recorren los titulares. Su rostro aparece una y otra vez, captado en una imagen difusa, distorsionada por una edición torpe, pero efectiva. A su lado, un hombre al que odia con toda el alma: su antiguo jefe. "Isabella Reyes: ¿talento o amante convenida?" "Filtran video comprometiendo a la madre de los hijos del CEO Blackwood." "Escándalo en Blackwood Enterprises: ¿acostándose para ascender?" Las palabras se clavan como agujas, y por un segundo, se queda sin aire. Siente que el piso se desmorona bajo sus pies, que el mundo vuelve a burlarse de ella de la forma más cruel. Otra vez. Otra maldita vez. Se queda mirando a la nada en un intento por procesar lo que está viendo. "¿Qué demonios le sucede a la vida conmigo? ¿Qué hace hecho en
La carta de renuncia tiembla entre sus manos.Isabella la ha escrito y borrado una docena de veces. Pero esta vez, las palabras permanecen. Frías. Irrevocables. La tinta de su firma aún está fresca, como un tatuaje que sangra.—Esto es lo mejor —susurra, más para convencerse que como afirmación—. Es lo correcto.Alexander no está. No quiso que lo acompañara. No quería mirarlo a los ojos al entregar el sobre que marcará el final de todo.El final de su carrera.El final de esa parte de su vida que tanto le costó construir.Lo hace por ellos. Por Liam, Emma y Gael. Por esos tres pedacitos de sol que no deberían crecer bajo la sombra de un escándalo eterno. Por protegerlos de los titulares crueles, de los susurros en los pasillos, de las miradas que ya no distinguen entre mentira y verdad.Entrega el sobre en la recepción, sin ceremonia. Sin explicación.Solo se va. Sin mirar atrás.El departamento se siente más grande de lo habitual. O más vacío. O quizás solo más triste.Isabella se e
Henry se queda inmóvil ante la pantalla de su laptop.Los archivos están ahí, abiertos uno por uno, como puñaladas. Correos electrónicos reenviados desde una cuenta oculta. Fotografías captadas por un paparazzi pagado. Audios entrecortados en los que se distingue su voz… y la de Camille.Evidencias. Indiscutibles. Innegables. Camille lo manipuló. Lo usó todo el tiempo. Cuando él pensaba que ambos se entendían, cuando pensaba que había algún sentimiento entre ellos, ella solo lo estaba manipulando.Camille filtró la historia. Ella pagó por las imágenes. Ella sobornó a su exjefe para poner a Isabella en el ojo del huracán.Él sabía que ella era capaz de muchas cosas, pero no de esto. No de una jugada tan cruel, tan calculada, tan devastadora.Se aparta de la pantalla como si quemara.—Dios… —susurra, atónito.Todo lo que creía controlar, todo lo que creyó compartir con Camille… era mentira.Ella nunca quiso justicia. Solo venganza.Cuando entra al departamento de Camille, la encuentra f
Camille observaba la pantalla de su teléfono con los ojos desorbitados. Había presionado enviar con la esperanza de desatar el caos, de provocar una reacción en cadena que, como en el pasado, volviera a poner todo en su lugar: ella por encima de todos, adorada por los medios, temida por Isabella, y con Alexander a sus pies, aun si fuera por obligación. Pero esta vez, nada ocurrió.Ningún titular sensacionalista abrió los portales de chismes. Ninguna notificación de tendencia. Ninguna llamada de emergencia de su publicista.Solo silencio.Un silencio que se sentía como una condena.—¿Por qué no funciona? —murmuró para sí misma, con los dedos temblando mientras actualizaba las redes una y otra vez. El video filtrado donde sugería que Alexander e Isabella estaban manipulando la opinión pública con una “historia fabricada de amor y paternidad” era ridículo.Ella lo sabía. Pero había funcionado con menos antes. ¿Por qué no ahora?La respuesta era simple.Había perdido credibilidad.En e
Después de un largo día hablando con abogados y repasando leyes, Alexander e Isabella están exhaustos.Además de todo lo jurídico en lo que están envueltos ahora, los trillizos han dado un día de no parar.Cuando por fin los acuestan, los dos suspiran con alivio por tener un tiempo a solas. Desde que Camille había soltado las últimas noticias falsas, no habían podido estar en paz. Ninguno de los dos supo si era el cansancio, en estrés, o los días sin sirenas tener intimidad, pero, cuando se miraron en la penumbra de la noche, los dos sintieron esa electricidad.POV DE ALEXANDER —A la habitación —dije con los dientes apretados—. Ahora.Isabella salió de la sala principal y la seguí tocando la polla en mis pantalones mientras iba bajando la cremallera. Apenas llegamos a la habitación, cerré y trabé la puerta y me lancé sobre ella justo cuando ella se abalanzaba sobre mí.Nos unimos como dos nubes de tormenta; el choque de dos cuerpos separados que inmediatamente se convierten en una
POV DE ALEXANDER Cuando metí mi polla hasta el fondo, hice una pausa, dándole un momento para que se acostumbrara a mi tamaño. Inhaló y exhaló y luego suspiró ahogada cuando encontré su clítoris y comencé a consentirlo. No me moví durante un buen rato, solo la dejé sentirme mientras descargaba toda la tensión que se había acumulado en ella, llevándola hasta el precipicio para que pudiéramos saltar juntos.Quería preguntarle si estaba lista para más, pero sabía lo mucho que la frustraba el Alexander Buen Chico que siempre pedía permiso, así que, en cambio, me moví despacio, siempre atento a alguna señal de que necesitara tiempo o que quisiera parar.Alcé sus caderas, llevándola a ponerse en cuatro. Pausa.Enderecé mi cuerpo mientras seguía frotándole el clítoris. Pausa.La quité solo un poco y luego la metí solo un poco. Pausa.Y poco a poco, pasó de acostumbrarse a querer, empujándome hacia dentro como la gatita demandante que era, protestando con gemidos cuando alejaba la mano
Las luces del salón de eventos parpadean levemente cuando Alexander toma el micrófono. Es una gala benéfica, organizada meses atrás, antes de que todo se desmoronara. La alta sociedad está reunida: empresarios, celebridades, figuras políticas, todos vestidos de gala, con copas de champagne en la mano y expectativas de una noche elegante. Lo que nadie sabe es que están a punto de presenciar la caída de una reina sin corona.—Buenas noches —comienza Alexander con voz firme, su mirada dirigida al público pero, sobre todo, a ella—. Antes de continuar con esta velada, necesito decir algo. Algo que por demasiado tiempo permití que se ocultara.Camille, sentada en la mesa principal, al lado de él, palidece. Siente cómo la atención se vuelca hacia ellos como un vendaval.—Durante años he intentado proteger a las personas que amo, incluso a costa de mi bienestar. Pero esta noche, ya no hay más silencios. Es hora de rescatar la verdad.Un murmullo recorre la sala. Isabella observa desde una e
Alexander había estado cavando en silencio, escarbando los rincones oscuros de un pasado que Isabella había enterrado con desesperación. No lo hacía por desconfianza, sino por amor. Por rabia. Por justicia. Después de la caída de Camille, quedaban cabos sueltos. Y entre ellos, un nombre que se repetía como un susurro sucio entre las sombras: Javier Calderón.Encontrar la empresa fue fácil. Comprar información, incluso más. Javier trabajaba como director de operaciones en una empresa tecnológica de segunda línea, ubicada en un piso austero en una de las torres más antiguas del distrito financiero. No tenía ni idea de lo que se le venía encima.Alexander llegó al edificio vestido de negro, como si el color acompañara la tormenta que rugía dentro de él. Nadie lo detuvo. No necesitaba anunciarse. Cuando entró en la oficina, el aire cambió. El silencio se volvió denso. Había fuego en su mirada.Javier levantó la vista desde su escritorio, molesto por la interrupción, hasta que lo recono