Isabella no duerme esa noche.
La noticia aún retumba en su cabeza, golpeando como un eco sordo que no quiere desvanecerse: Alexander sabe que es padre.
No entiende cómo pasó. Había sido tan cuidadosa, tan meticulosa. Nunca publicó fotos, solo en su perfil que es privado y sus únicos seguidores son su familia y amigos, nunca dio pistas. Ni una sola huella de su antigua vida había llegado a rozar el mundo de Alexander. Hasta ahora.
Siente un nudo en el estómago mientras da vueltas en la cama.
La imagen de él frente a ella esa tarde, con los ojos encendidos de furia contenida y algo más —dolor, quizá— no se le borra de la mente.
Había sido brutal. No con gritos ni amenazas directas, sino con ese tono frío y autoritario con el que exigió respuestas.
“Quiero verlos este fin de semana.”
Isabella se había quedado en silencio.
Lo pensó. Lo sopesó. Pero simplemente no podía. Preparar a los niños, ayudarlos a entender algo tan grande… no en tan poco tiempo.
Había cometido vario